Paradoja de Tute o de los armenios

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

Zenón de Elea inventó la paradoja de Aquiles y la tortuga sin llamarse Aquiles y sin tener parentesco con las tortugas. Schrödinger imaginó la paradoja del gato siendo él humano como el que más. Y no creo que un perisodáctilo solípedo sea el autor de la paradoja del caballo, ni que Epeménides, a quien se le atribuye la paradoja del mentiroso, lo sea. En fin, me pregunto si es necesario ser armenio para imaginar una paradoja de los armenios.

Ignoro qué quiso decir Tute cuando dibujó al personaje que preside estas divagaciones como parte del discurso de ese personaje, cuál es el sentido de su chanza. Yo elijo creer que quiso amonestar a quienes se nutren de su propio discurso y andan por ahí mirándose sus ilustres ombligos. Aquellos que, incapaces de confrontar sus pensamientos y sus anhelos con otros pensamientos y con la realidad, se enamoran de su discurso y se encierran en él para nunca ver la luz del día. Tales hombres son estorbos en las vidas de los otros y en la suya propia. Son los que alimentan su necedad con los mocos de sus propias narices, narcisos que se esfuman cuando se enturbia el espejo de su vanidad.

Todas las paradojas que conozco han sido puestas en palabras y se sostienen sobre argucias que tienen algún parentesco con la lógica. La paradoja de Tute o de los armenios es un dibujo que excluye la palabra y, a diferencia de las otras paradojas, aún no ha recibido el embate de los exégetas. Tute es el padre biológico de la paradoja, el que la ha parido; yo soy su padre putativo, el que le dio nombre y se la atribuyó a los armenios. Y si el lector quiere compartir la paternidad que diga si el dibujo representa a los armenios de estas costas, no por la longitud de su nariz, sino por su encierro.

Comunidad intrauterina

Ahora viene a mi memoria un cuento de Rupén Vartanian, “Ren”, cuyo título traducido al español es Dios envejecido y el Demonio. Después de imaginar unas curiosas contingencias transmundanas y para hallar arreglo al desorden habido entre los hombres, Dios ordena que el pueblo armenio sea dispersado por el mundo en todas las direcciones. Esa orden dice más o menos así: Dispersad al pueblo del Ararat a los cuatro vientos, entre todos los hombres, entre todas las clases, entre todas las naciones; que se mezcle con ellos para que una nueva humanidad sea posible, una humanidad renaciente, edificante. Que su antigua y noble sangre sea una con la sangre de los hombres extraviados de nuestros días, para que sea lo nuevo*.

Más allá de la exquisita pluma del autor, más allá también de su fecunda imaginación y de la metáfora que invita a sublevarse aún contra Dios, me parece que el texto nos muestra cómo somos los armenios, cómo nuestra historia nos ha ido construyendo y deconstruyendo para llegar, al fin, a ser una comunidad intrauterina.

Si era comprensible que las generaciones que migraron a estas tierras para escapar de la persecución y de la muerte, de la zozobra y del hambre, se refugiaran en sí mismas y amurallaran su vida con las piedras duras de su cultura, no lo es ahora, cuando las generaciones nacidas en estas costas se nutren de las costumbres amigables de América y se mixturan biológica y culturalmente formando una nueva argamasa social.

Siento molestar a mis armenios. Pero no puedo dejar de decir lo que veo, no puedo plantarme frente al dibujo del humorista sin caer en la cuenta de que nos espeja a los armenios que, en nuestra porfía de seguir siendo lo que fuimos ayer, desafiamos las leyes de la gravedad social. Y para hacerlo construimos una muralla de verdades absolutas y nos situamos ahí, en su justo centro. Somos armenios paradojales porque nos resistimos a comprender que más allá de nuestras fronteras culturales, políticas e ideológicas, hay un universo que no admite deserciones.

Dios es armenio

Es de mala práctica simplificar las cosas que son complejas por naturaleza, y también lo es enredar lo que es simple. El asunto de los armenios y su afán por resguardar su identidad es complejo. Pero aún así, nada me impide ilustrar el problema con unos versos traídos del folclore revolucionario. Una de esas canciones dice que “el aire y el agua de Armenia son tashnagtsagan”, y los comunistas del período soviético cantaban y escribían cosas parecidas, fastidiando la vocación uniformadora de las autoridades centrales. El fervor patriótico y la sólida pertenencia partidaria les hicieron decir estas cosas a aquellos hombres. Metáfora del amor patriótico o desmesura nacida al calor de las luchas, esas palabras representan mejor que ninguna otra el encierro de aquellos armenios y también el de algunos que comparten nuestros días. Puedo comprender a los de entonces y a los modernos coreutas que en los festivales entonan esos versos. Bien por hacerlo, la vida está hecha también con emociones. Pero es deseable que al mirarnos a nosotros mismos no dejemos de ver el mundo, al militar en un partido o profesar una fe no ignoremos que otros piensan, sienten y creen de diferente manera.

En tren de traer ejemplos voy a abrir una vez más mi anecdotario. El hecho ocurrió en el club Zartarian, del Bajo Flores, al culminar una reunión partidaria. Era una discusión apasionada y jocunda entre dos viejos armenios, uno oriundo de Hadjin y el otro de Marash, ciudades que rivalizaban en el folclore doméstico, como ocurre aquí mismo entre santiagueños y tucumanos. Cuando creíamos que la discusión había terminado y uno de los contendores abandonaba el lugar, sacó medio cuerpo por la ventanilla del automóvil y le espetó al otro: “Y recuerda, recuerda siempre que Dios es hadjentsí”.

Más allá de la chanza y de las explicaciones que dan los sociólogos a estas cosas, asimilables a las tradicionales rivalidades futboleras, la anécdota ilustra sobre las distintas formas del encierro. Pero con la advertencia de que cuando se produce en el claustro nacional o religioso puede nublar el entendimiento y alimentar enconos funestos. La historia es pródiga en ejemplos y los armenios harto sabemos de estas cosas.

Identidad y autismo

Creo que conviene elucidar el tema a la luz de la realidad, de lo que efectivamente nos ocurre a los armenios que vivimos en estas tierras. Creo que debemos deponer los ultraísmos para mirar al mundo y ver cómo se han acortado las distancias, cómo se mixturan las culturas y hasta se uniforman las lenguas, esos catálogos de símbolos sin los cuales perderíamos nuestra condición humana. Hoy la lengua universal está construida con palotes y números binarios, hoy estás siempre en escena, iluminado por luces que lo muestran todo; las riquezas acumuladas a lo largo de los siglos pueden moverse de aquí para allá, en toda la extensión del planeta. Y en un mundo así nadie puede aislarse, no puede uno resistirse a la integración, a la interacción y al mestizaje.

Hoy aislarse es morir, por eso es necesario crear mecanismos de integración que le permitan al hombre (¿debo decir que el armenio lo es?) lanzarse al universo multicolor de las culturas para nutrirse de ellas y aportar lo suyo. Es preciso entender que la vocación universalista no empece el trabajo identitario sino, antes bien, lo nutre y lo enriquece. ¿Cómo puedo ser yo si no encuentro otro en quien espejarme?


La paradoja de Tute no ironiza con la identidad sino con el empeño autista que a menudo se manifiesta en la vida de las comunidades. Grupos nacionales, religiosos o ideológicos que no alcanzan a ver que más allá de sí mismos sigue el mundo, que todas las verdades son sospechosas. Todas ellas. Y que mientras ellos se enamoran de sus ombligos la vida discurre, la historia arrasa a las sociedades de clausura y los artificios construidos para separar a unos hombres de otros van cayendo uno a uno.

Identidad y autismo no son sinónimos. Son conceptos diferentes, aún divergentes. La identidad es el conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás, en tanto que el autismo es el repliegue patológico de la personalidad sobre sí misma. Por eso puede sentirse feliz Tute, porque elegí mandar a su personaje paradojal al diccionario de mis amores (RAE), liberándolo de las tristezas del hospicio.

* Yo era adolescente cuando leí este cuento en idioma armenio, en un volumen cuyos datos de edición ya no recuerdo. Luego lo extravié, quizá a manos de algún amigo que quiso tenerlo para sí (la no devolución de un libro es un pecadillo de menor monta), quizá en alguna mudanza, no lo sé. Pero fue tal la impresión que me causó esta invención que alguna vez la cité desde la tribuna y luego me sirvió de inspiración para un libro. Por eso, quiera el lector perdonarme si mi traducción no es fiel al texto de Ren; a trueque de su generosidad le ofrezco la seguridad de que el espíritu lo es.

Nuestras instituciones comunitarias no son espacios de poder

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

En un artículo que titulé “Sobre los partidos políticos armenios, los de antes y los que nacieron a partir de 1991”, que el lector encontrará en el archivo de noviembre 2008 de este sitio, dije que los partidos que nacieron a fines del siglo XIX “tienen importantes funciones que cumplir. Y para hacerlo deben coordinar su trabajo y sus relaciones para atender sin distracciones las necesidades comunitarias: hablo de interactuar en el terreno cultural, de adecuar las instituciones para que puedan integrarse desde la diversidad, de prestar asistencia sociosolidaria y de conjurar definitivamente el déficit que producen nuestros establecimientos educativos”.
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Hoy vuelvo sobre esas ideas para examinarlas a la luz de algunas excrecencias del pasado que esterilizan buena parte de los esfuerzos que realizan nuestras comunidades. Y otra vez echo mano al recurso de entonces: la ausencia de un poder que pueda suscitar el apetito de las personas o de las instituciones. Porque a menos que nos distraigamos con las migajas que caen de la mesa de los grandes comensales, pronto veremos que los espacios que habilitan nuestras instituciones carecen de esa sustancia tan apetecida que es el poder. Chiquitaje que no merece ningún esfuerzo, ninguna contienda.
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Los armenios de la diáspora sólo podemos ocupar espacios de poder en las sociedades locales, en los países que habitamos y de cuya ciudadanía gozamos, así como los ciudadanos de Armenia pueden aspirar a ocupar espacios de poder en aquella República. Las instituciones comunitarias de los armenios (iglesias, partidos políticos, asociaciones benéficas, culturales y otras más) no son espacios de poder. Esas instituciones se rigen por las leyes del país de su asiento. El poder político, la facultad de establecer reglas de conducta y de sancionar su incumplimiento, ese atributo que suele gratificar a tantos hombres porque les hace sentir potentes, está alojado fuera de las organizaciones comunitarias.
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No obstante ser así, luchamos por el poder, creamos áreas de influencia, avanzamos sobre las otras instituciones y trazamos unas fronteras ideológicas que remedan las fronteras geográficas de los estados. Afincados en estas tierras de América, confrontamos ideologías como si de esa confrontación dependiera el destino de Armenia. No sabemos de modestias, hemos excedido los límites, escapamos hacia atrás y nos refugiamos en los escombros del pasado.
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Los armenios de la diáspora carecemos de aptitud para la política. Véase si no el flaco desempeño que en ese terreno hemos tenido en los países que nos acogieron a lo largo del siglo pasado. Y, sin embargo, creemos tener convicción y formación políticas. ¿A qué atribuir esta presuntuosidad, este afán por la contienda, esta permanente resurrección de lo que la historia ya ha echado al saco del olvido?
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Nocentes e inocentes
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No vengo a atribuir culpas, no soy el amonestador de ningún sector de opinión. Me miro y te miro en el espejo y en la memoria, en el hoy y en el ayer. Y al mirarme y mirarte veo con alguna desazón que las imágenes no han cambiado, que el tiempo y los vertiginosos hechos del siglo XX sólo mudaron nuestros rostros, no nuestras conciencias. Hoy como ayer seguimos dirimiendo las mismas cuitas, batiendo cada quien el parche de su tambor, disputando por lo que ya arrastraron los vientos, lo que está sepultado bajo el polvo de la realidad.
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Nuestros viejos contaban que el maestro Nasreddín compró una gran bolsa de arroz, la cargó dificultosamente en su hombro y luego montó sobre su burro para llevarla a su casa. Asimismo nosotros malgastamos nuestras fuerzas en afanes estériles, cuando actuando con arreglo a la razón podríamos saldar las carencias que nos abruman desde hace largas décadas.
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En mi anterior artículo dije que “es importante la diáspora porque con su número triplica la cantidad de armenios en el mundo, porque con el alto grado de penetración que ha alcanzado puede pesar en los foros mundiales”. Pero para hacer esto debe ocupar espacios de poder en las estructuras políticas de cada país, no en las instituciones comunitarias que, como dije, carecen de ese atributo. Los partidos que actúan en la diáspora, todos ellos más que centenarios, deben satisfacer las necesidades de sus respectivas comunidades. Y una sola acción política pueden desarrollar: procurar el reconocimiento internacional del genocidio. Porque esa acción, en cuanto encuentra su razón de ser en nuestra condición humana, puede ser ejercida por todos los hombres en todos los lugares de la tierra. Pero con la advertencia de que por su propia naturaleza no admite controversias ideológicas.
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Los hay que viven mirando hacia atrás sin ver que el presente tiene sus urgencias. También los hay que son por oposición, son porque el otro existe. Unos, nostálgicos irredentos, otros, maniqueos blanquinegristas. Nocentes o inocentes, no quiero juzgarlos. Sólo decir que aquellos dañan.
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Elogio de la inocencia


Te invito, lector, a visitar el diccionario académico (RAE). La voz inocencia nos llega del latín innocentĭa, que quiere decir ausencia de daño, (nocens = daño). En su primera acepción significa estado del alma limpia de culpa; la segunda acepción nos habla de exención de culpa en una mala acción; y la tercera remite al candor, a la sencillez.
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Ciertamente la suspicacia inficiona todas las relaciones sociales, particularmente las políticas. Un permanente estado de alerta nos domina cuando nos relacionamos con nuestros semejantes, estamos listos para reaccionar ante cualquier avance que arriesgue nuestro patrimonio, nuestro territorio, nuestra área de ejercicio. Y, aún más, estamos al acecho para avanzar sobre los bienes vacantes o sobre los derechos y las prerrogativas del otro. Así como las fieras tensan sus músculos para asaltar a su presa, así también los hombres aprontamos nuestros mecanismos psicológicos y nuestros recursos ideológicos para vencer a quienes se cruzan en el camino. Hemos perdido la inocencia y el candor y la sencillez han pasado a la categoría de los desvalores.
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Sostengo con fervor que los armenios de la diáspora debemos abolir la suspicacia en nuestras relaciones institucionales. Y es en este sentido que vengo a elogiar la inocencia. El elogio de la inocencia conoce dos estrados. Uno, el filosófico, se levanta ante todos los hombres cuando vienen a la vida (el judaísmo derogó esta creencia y luego el cristianismo y el islam siguieron su enseñanza). El otro es el personal, el que juzga si las conductas se ajustan a las reglas establecidas. Yo hago el elogio de la inocencia en este último sentido para decir que algunas conductas, lejos de ser candorosas y tener el atributo de la sencillez, le causan daño a la comunidad.
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Que la paz sea con nosotros…
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¿Qué asuntos nos quedan pendientes a los armenios que no hayan sido saldados por el tiempo, por los cambios habidos en la geografía política y en el mapa ideológico que trazó la última década del siglo pasado?
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La República de Armenia comparte sus fronteras con cuatro países: Turquía, Azerbaiján, Irán y Georgia. Dos de ellas padecen el bloqueo económico y hasta el acecho militar, otra presenta las dificultades propias de terceros países que todavía no han saldado viejas cuentas, y la frontera menos extensa es la que Armenia comparte con Irán, país amistoso que, sin embargo, está amenazado por el gendarme del mundo. Súmese a esto el recalentamiento de la frontera turco-iraquí y se tendrá un cuadro de situación de las dificultades que deben sortear las dos repúblicas, Armenia y Karabagh. La crisis energética, la inestabilidad del precio del petróleo y la necesidad de desactivar en breve la central de Medzamor suman dificultades que Armenia y los armenios de allí deben afrontar y resolver con no poco riesgo y esfuerzo. Y nosotros, ausentes de esas tierras desde hace casi un siglo, dirimiendo entuertos bizantinos.
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En este escenario no debiera alentarse el desencuentro. A menos que los montescos y los capuletos estén redivivos o, aún peor, que los ángeles y los demonios libren sus batallas en las calles de Palermo Viejo.

La paz nos mira desde allá, desde el horizonte

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com
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La frase que titula esta nota puede suscitar el encono de los independentistas y escocer la piel sensible de los nacionalistas, puede reavivar los reproches de los viejos cortesanos y despertar la ira de los arribistas. Así y con todo, la pongo para que se cargue en mi cuenta. Tantos años de silencio y lealtad partidaria me acreditan para hablar de estas cosas. Las dije allá por el cincuentenario de la independencia y las reitero ahora, cuando las rivalidades han menguado y son otros los vientos que soplan desde el Cáucaso. No sé si mereceré el asenso o el reproche de mis amigos; sé, cuando menos, que no mereceré la hoguera de mis inquisidores.
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Entonces dije que el Estado nacido en 1918 era el mismo que pervivía en la R.S.S. de Armenia, que esa gesta no había abortado sus objetivos. Y por eso saludé al pueblo y al gobierno armenios con motivo del fasto y reclamé la mismidad de la República que venía de Sardarabad y se extendía hasta esos días.
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Hoy quiero volver sobre aquellas ideas para decir cómo veo las cosas cuando Armenia, el Cáucaso y el mundo han cambiado, cuando el poder se aloja en las corporaciones económicas y la independencia nacional y la soberanía política se transan en los mercados. Y para hacerlo, desdeño los abalorios y miro la realidad sin edulcorantes.
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Independencia nacional o seguridad del Estado: he aquí un falso dilema. Durante setenta años los armenios de la diáspora se encolumnaron con más o menos fervor detrás de estas banderas, que se miraron como mutuamente excluyentes. Mientras la historia avanzaba a lo largo del siglo XX aniquilando prerrogativas nacionales, mientras la soberanía política deponía su vocación patriotera para preferir las integraciones regionales, nosotros peleábamos contra molinos de viento. No advertíamos que la disyuntiva era falsa y que sus términos podían amistar, alternando su primacía según fueran las circunstancias de cada tiempo.
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Durante siete décadas, desde 1918 hasta 1991, muchos armenios de la diáspora creían que la independencia nacional era incompatible con la integración regional. Entretanto otros armenios, también en la diáspora, declinaban los derechos soberanos o diferían su reclamo. Si la prudencia política no consentía la prisa de los primeros, los intereses permanentes de la República desaconsejaban los renunciamientos prematuros de los segundos. Unos demandaban sus derechos tal como si los armenios nunca hubieran arriesgado su identidad nacional y sus vidas, otros se arrellanaban en el regazo de un padre poderoso que desoía los reclamos del miembro más pequeño de la familia.
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Aquellas diferencias expresaban dos vocaciones no excluyentes que debían mirarse con sentido de oportunidad política, atributo escaso en esos inmigrantes. Yo espero que los armenios de hoy hayamos aprendido de aquel desatino. Y espero que sepamos ponderar la pérdida de un millón de habitantes a manos de la emigración, a trueque de un PBI tan gordo como mal repartido. Una consideración ideológica, bien lo sé, pero también un asunto estratégico para un Estado que siete décadas atrás había ofrendado dos millones de almas a los fusiles enemigos y al destierro. ¿Cómo se cuantifican esas pérdidas humanas en términos de seguridad, de desarrollo, de cultura, de salud moral y política?
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Jirones de la vieja soberanía
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Después de la Primera Guerra Mundial los colosos del mundo penetraron a tal punto las prerrogativas de los otros estados que sólo quedaron jirones de la vieja soberanía. Este proceso se fue acentuando a punto tal que, en rigor, hoy debemos reemplazar algunos términos de nuestro vocabulario político: el concepto de independencia debe ceder espacio al de interdependencia y el de soberanía debe replegarse sobre sí mismo para aplicarse a las relaciones interiores. Hoy la potestad de los estados nacionales ha sido erosionada y los conflictos se dirimen a escala regional. De ahí que los estados menores priorizan su seguridad antes que su independencia.
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No se trata de subyugar unos valores a otros, de categorizar las demandas. Se trata de establecer cuáles son las urgencias en cada tiempo y de actuar en consecuencia. Se trata, también, de actuar con sentido histórico para no despertar anhelos perimidos, desvalores que la historia ha arrojado al basurero. Oportunidad y sentido de la realidad: he aquí los atributos del hombre político.
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Ausentes de la realidad, no vimos que la República de 1918 y la soviética eran una y la misma
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Los armenios de la diáspora hemos pecado de radicales. Faltos de sutileza política y ausentes de la realidad, no vimos que la República de 1918 y la soviética eran una y la misma. Como hoy lo es la que se desgranó del coloso comunista. Una continuidad que conviene al Estado armenio como sujeto del derecho internacional, una mismidad que vigoriza al país en la región. No es este el lugar para hacer un análisis jurídico, la buena disposición del lector no debe ser abusada por el articulista. Baste decir que las viejas discusiones sobre la continuidad del Estado desde 1918 hasta nuestros días ya no pueden ser sostenidas. Ni el dogmatismo del todopoderoso Partido Comunista Soviético resistió el peso de la verdad histórica y finalmente la batalla de Sardarabad (y con ella el nacimiento del Estado armenio y su independencia en 1918) obtuvo su consagración oficial.
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Pero más que recorrer la historia me gusta observar la realidad, el presente con sus complejidades. Y al observarlo algunas preguntas me asaltan, preguntas que quizá el lector comparta conmigo. ¿No querríamos establecer mayores y mejores alianzas para sortear las acechanzas de nuestros vecinos hostiles, para superar nuestro aislamiento y mediterraneidad, nuestra falta de productos primarios? ¿No querríamos que un sistema institucional fuerte nos libere de las garras de los grupos económicos que, más acá y más allá de las leyes, hoy esquilman a los habitantes de Armenia? Estas cuestiones hacen a la seguridad de Armenia, a su paz interior y a su continuidad en la historia.
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La dinámica política del siglo XX
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Hoy es tiempo para hablar de paz. La formidable capacidad militar y económica de los estados principales ha puesto en jaque las alianzas trabajosamente tejidas durante el siglo XX. Afganistán, Irak, Irán, Corea, la propia Venezuela y la otrora obediente Cuba son muestras del cambio. Casos diferentes unos de otros, como también lo son Alemania y Japón, pero que muestran cuán dinámica ha sido la política durante el último siglo. Los propios armenios fundaron un Estado independiente (1918), lo integraron a la Unión Soviética (1920-1991) y lo separaron e independizaron (1991). Y como resultado de asuntos territoriales no saldados fundaron otra República en las montañas de Karabagh.
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Cosas de nuestra historia. Cosas de la política, en la que fuimos campeones del desatino. Porque ¿qué es la política sino el arte de manejar los negocios públicos con sentido de la oportunidad? ¿Qué son los partidos políticos sino las corporaciones que prefieren unas decisiones a otras y que, en el acto de preferir, representan intereses sectoriales? ¿Y qué son las llamadas políticas de Estado sino aquellas que concitan el interés de todos los partidos y de todos los sectores de una comunidad nacional?
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Hoy, cuando los estados son gobernados por grupos económicos que anteponen sus afanes dineriles a los intereses del conjunto, medrando en los límites de la ley, es atinado preguntarse si, acaso, a más del enemigo externo, no hay que enfrentar también un enemigo interno, si a las clásicas hipótesis de conflicto con otros países no hay que agregar similares hipótesis con grupos internos de dudosa legalidad.
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A noventa años del 28 de Mayo* pude escribir unas palabras más amables a los oídos de los armenios, pero ellas se sumarían al coro de invocaciones estériles que nos arrulla. Por eso preferí examinar estas cosas, estos costados ríspidos de la realidad. Y para decir más, señalo una advertencia: antes nuestros desencuentros eran domésticos y toleraban estos desvaríos, ahora trascienden las fronteras nacionales y amenazan la paz. La paz y la seguridad de un Estado (dos, en rigor) que todavía no ha consolidado sus relaciones y que ha perdido el control sobre los grupos económicos que nacieron de los escombros de la vieja nomenklatura.
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* Este artículo fue escrito y publicado a mediados de 2008, cuando todavía no se conocían los escarceos diplomáticos que llevarían al presidente Gül a Erevan.

Todavía aramos con bueyes y sembramos al voleo los armenios en estas costas

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

Cien años van a cumplirse de los primeros desembarcos en el Río de la Plata y los armenios, entusiastas edificadores de templos, escuelas y otras obras de hierro y cemento, todavía no hemos construido un sistema institucional integrado, no hemos logrado ofrecerle a nuestro criollaje un vínculo ventajoso con las organizaciones comunitarias ni pudimos transvasar las culturas argentina y armenia para beneficio recíproco de las dos naciones Tampoco hemos diseñado un mecanismo de diálogo permanente que opere como tejido conjuntivo entre las diferentes organizaciones ni le hemos ofrecido a nuestra gente un sistema solidario que la asista en sus necesidades y la acompañe en sus anhelos.
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Ya no están los viejos inmigrantes y declina el vigor de la primera generación de argentino-armenios. Ha alcanzado la edad adulta la segunda generación y de nuestras escuelas está egresando la tercera. Y todavía aramos con bueyes y sembramos al voleo los armenios en estas costas. El éxito que hemos obtenido en nuestros emprendimientos particulares contrasta con nuestra incapacidad para acometer trabajos colectivos acordes con estos tiempos.
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Conviene precisar algunas cosas. Poner en negro sobre blanco lo que antes escribí en tonos de grises para no herir susceptibilidades. Traer a la memoria algunas inquietudes que expresé en su momento con relación al Diálogo Armenio, a la constitución de una Asociación Mutual Argentino Armenia (esto en colaboración con Nélida Dermardirossian) y a la necesidad de construir un diccionario académico plurilingüe, alrededor del cual pudieran desarrollarse múltiples actividades culturales. Remito al lector a aquellas notas, todas publicadas en las columnas del diario Armenia*.
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Si bien inicialmente aquellas propuestas despertaron algún interés, pronto fueron arrumbadas en el desván de la amnesia. Algunos celos y recelos asomaron aquí y allá, primerismos que intentaron capitalizar las ideas y luego desertaron, pontificadores que descreyeron de nuestra capacidad colectiva para encarar empresas semejantes, arrojaron al viejo saco del olvido aquellas esperanzas. Y aún cuando la nueva situación de Armenia permite una relación armónica entre los diferentes sectores de opinión, aún cuando las condiciones económicas de Argentina favorecen el desarrollo de sistemas solidarios para la asistencia de nuestras necesidades, todavía hay quienes persisten en defender sus respectivos feudos, trazan fronteras interinstitucionales y, algunas veces, se empeñan en conquistar espacios de poder.
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Busco, pues, entre los viejos cachivaches para rescatar aquellas propuestas y ofrecerlas nuevamente a la consideración del lector. Creo que serán útiles, que con su puesta en práctica se podrá transformar en un sistema orgánico lo que ahora es un conjunto más o menos caótico de instituciones. Y confío en que nuestros dirigentes examinarán los proyectos con generosidad, espíritu de servicio y grandeza de ánimo. Que mirarán en derredor y verán que otras comunidades -nacionales, gremiales, religiosas- no han esperado un siglo para hacer lo que nosotros no hicimos todavía.
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Sobre el Diálogo Armenio
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El mundo se va achicando como consecuencia del desarrollo y el abaratamiento del transporte y las comunicaciones, del avance de la informática y el acceso a las fenomenales bases de datos que todo lo contienen, de la transnacionalización y mundialización de las relaciones y de la virtual abolición de las fronteras geográficas. Las culturas se penetran mutuamente, los gestos y las modas son los mismos en los lugares más distantes, los frutos de la naturaleza y las cosas que hace el hombre están aquí y allá. Y el dinero, la cosa más apetecida entre todas, viaja a la velocidad de la luz travestido de símbolos o de registros numerales.
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Y en un mundo así se multiplican las relaciones y, con ellas, los conflictos. De ahí que la segunda mitad del siglo pasado reduplicó el diálogo institucionalizado entre los diferentes sectores de la familia humana. Las así llamadas mesas de diálogo fueron creadas para debatir y examinar las más variadas cuestiones que importan a los hombres. Asuntos políticos, sociales, económicos, medioambientales, culturales, científicos, fronterizos, atinentes a la salud y al empleo y otros de la más variada clase han sido objeto de estos mecanismos de diálogo permanente, ora con el auspicio de los gobiernos, ora con el empeño de los grupos contestatarios o de las organizaciones civiles. Con distinta suerte, esta nueva especie institucional hizo su aporte a sus respectivas sociedades o grupos de interés.
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Hoy los armenios afrontamos desafíos nuevos. La caída de la Unión Soviética fue una explosión para unos países y una implosión para otros. Para los armenios fue una y otra cosa a la vez, según habitaran en el terruño o en la diáspora. Es mi opinión que los de la diáspora necesitamos reordenar nuestro sistema de pensamiento con respecto a Armenia, establecer un nuevo modelo de relación política (la reciente reforma constitucional avanza en este sentido), entretejer un orden institucional que, sin afectar los objetivos de las diferentes organizaciones comunitarias, consiga armonizarlas para que le ofrezcan a sus miembros un abanico de posibilidades acorde con sus aspiraciones.
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Por eso, al impulsar un mecanismo de Diálogo Armenio en las comunidades de la diáspora, en su momento dije que debía hacerse con la participación de los sectores políticos, religiosos e intelectuales. Aconsejé la formación de tres mesas de trabajo para que se apliquen al estudio de otros tantos capítulos importantes. Con una infografía ilustré sobre una estructura organizativa posible y deliberadamente fui abarcativo, quizá impreciso, para dar espacio al aporte de quienes se interesen en el proyecto. Desde luego, señalé la necesidad de allegar recursos económicos y humanos y dije que es preciso enmarcar la demanda en el ámbito de los Derechos Humanos porque es ahí donde podrá fructificar.
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El resguardo de nuestra cultura ancestral y la integración al medio como un proceso no contradictorio también fue objeto de tratamiento. La preservación de la identidad, dije entonces, no puede condicionar nuestra forma de inserción en el medio sino que, al revés, debemos insertarnos saludablemente en el medio social, hallando la manera de preservar los valores culturales armenios. En mi proyecto le asigné al tema identitario un capítulo, es decir, un área de estudio y de trabajo principal.
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Sobre la mutualización de la comunidad
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En el marco del Diálogo Armenio se sitúa la propuesta de constituir una mutual armenia. Los artículos que así lo proponen, cuyas referencias el lector encontrará al pié de esta nota, fueron escritos en colaboración con una experta en el tema. Ahí dijimos que nuestra comunidad debe pasar del individualismo benefactor y azaroso a un sistema que otros grupos han acogido hace más de un siglo. Hablamos de perfeccionar nuestro sistema de asistencia a la comunidad y de crear mecanismos solidarios que reemplacen la dádiva y la caridad por el derecho adquirido. Dijimos que el proyecto debe ser emprendido en conjunto por las instituciones, las empresas y los profesionales de todas las disciplinas, para que alcance a todos los sectores y para que esté en condiciones de reemplazar con ventaja a otros prestadores extracomunitarios.
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Hicimos una ligera reseña del contenido de las leyes 20321 y 25374 que regulan el funcionamiento de estas entidades sin fines de lucro y, tras historiar el nacimiento y desarrollo del mutualismo, hablamos del espíritu que lo inspira y de los beneficios que puede aportar a la comunidad. Dijimos textualmente: Nuestra comunidad no presta asistencia para la salud, la asignación de becas de estudio es insuficiente, los armenios que se radicaron en este suelo durante los tres últimos lustros tienen dificultades para su inserción laboral. Estas y otras carencias pueden remediarse creando una asociación mutual que las atienda. Un emprendimiento de esta clase va a estimular la conciencia socio-solidaria y el sentimiento de pertenencia. Porque la filosofía que nutre al mutualismo encuentra su mejor desarrollo allí donde las necesidades humanas son satisfechas con el concurso de todos.
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Las otras comunidades que se establecieron en el país no tardaron en constituir mutuales que hoy son modelos de prestación y de asistencia. Es llamativo que los armenios no lo hayamos hecho todavía. Por eso, al volver sobre estas cosas renuevo mis esperanzas de ser escuchado por los dirigentes de nuestras organizaciones.
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Sobre un diccionario multilingüe y el desarrollo cultural
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Cuando escribí sobre la necesidad de un diccionario todavía estaba en ciernes la segunda edición del diccionario Tekeian. He sabido que ese trabajo ya ha concluido o que está próximo a concluir, con lo que desde ahora podemos esperar el feliz alumbramiento. Pero debo una explicación.
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Lo que propone el artículo que el diario Armenia publicó en su edición 13091 del 11 de agosto de 2005, es la construcción de un diccionario protoacadémico con principal desarrollo del español y del armenio, en ambas direcciones, que remita a una o más correspondencias en inglés, francés, portugués, alemán, italiano y ruso. Un trabajo que necesita algunos años para hacerse y que pretende reunir a un núcleo de personas que traduzcan con propiedad y estilo los textos y otros valores estéticos e intelectuales armenios, hispanos e hispanoamericanos. Un trabajo que se transforme en el eje cultural de los armenios hispanohablantes y que abra las puertas para un futuro intercambio multicultural con quienes hablan otras lenguas.
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Bien sé que el resultado de esa empresa siempre será provisional, atento a que las lenguas son organismos vivos en el universo simbólico de los hombres. Una empresa que algunos consideran excesiva, pero que es posible realizar con el aporte de otros diccionarios bilingües, entre ellos el que ahora está reeditando la Eparquía Armenia San Gregorio de Narek. Por eso, los expertos revisores, los editores y la congregación auspiciante no podrán sentir menoscabo por esta propuesta.
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Otros asuntos hay que considerar al construir un diccionario, sobre todo en lo relativo a la lengua armenia, sus variantes occidental y oriental, las dos ortografías en uso, el diferente alfabeto, los alófonos, etcétera. También es preciso aprovechar el formidable recurso que ofrece la informática con sus hipertextos y sus bases de datos. Instalar el diccionario en la red no sólo facilitará la consulta desde todos los lugares, sino que también se agilizará su actualización y revisión.
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Y bien. Esta iniciativa no ha tenido eco entre los cultores de la lengua armenia, lo cual me causa preocupación. Porque el lenguaje es la principal expresión del hombre y la herramienta de su pensar. Dice al respecto Antonio Tovar, académico de la lengua española: “Los que trabajamos en lingüística nos damos cuenta de que, al rotularlo todo, al describir todas las acciones y situaciones, la lengua cubre la vida entera, desde las más altas especulaciones de la mente hasta la más humilde realidad. Por eso un buen diccionario lexicológico [...] resume en cierto modo la historia humana entera, el saber de los hombres sobre la realidad y las ciencias que tratan de ella”. Por mi parte, sin temor a equivocarme agrego que un buen diccionario plurilingüe, al abrir paso a las otras culturas, amplía el universo de los hombres.
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Lo que creo
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Creo que quienes gobiernan deben comprometer todo su coraje y su creatividad para que ninguna expectativa se frustre y para que el mayor favor alcance a la comunidad. Creo que en este punto han sido insuficientes los esfuerzos que se han hecho y que con frecuencia se oculta la inepcia bajo el manto siempre piadoso de la vanidad. Creo que son fútiles los argumentos que remiten a la escasez de recursos dinerarios. Y también creo que si los armenios de estas costas logramos sacudir el polvo que el quedamiento depositó sobre nuestras testas, podremos dialogar de verdad, encontrar arreglo a nuestras cuitas y desarrollar nuestros recursos culturales hoy amodorrados, cuando no sepultados bajo los escombros de tanta prédica chocarrera.
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Creo que durante largos años nuestra comunidad se distrajo dirimiendo entuertos que fueron sepultados por la historia reciente. Y que las actuales condiciones de la sociedad argentina y la propia realidad de Armenia le imponen a nuestra comunidad revisar sus estructuras, modernizar sus instituciones, construir espacios de diálogo fructuoso** y hallar la fórmula que le permita encontrar un equilibrio entre las ajetreadas cuestiones de identidad e integración.
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Después de recorrer el espinel institucional he sentido el deber de decir estas cosas para rendir al fuego hasta el último leño. O para que alguien me diga que en la medianía está la virtud del dirigente. Yo todavía no lo creo así.

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* Diálogo Armenio, ed. especial 90° aniversario del Genocidio, del 24.04.2005; Nuevamente sobre el Diálogo Armenio, ed. 13080 del 02.06.2005; Hacia una Asociación Mutual Argentino Armenia, ed. 13088 del 28.07.2005; La comunidad armenia debe pasar del individualismo benefactor a un sistema solidario de ayuda mutua, ed. 13102 del 27.10.2005; Sobre la necesidad de un diccionario multilingüe para los armenios y otros hablantes, ed. 13091 del 11.08.2005.
** Al decir estas cosas debo señalar un hecho que parecía ser auspicioso. En una misma cuadra, en una sola jornada y en horarios sucesivos, el 28 de mayo de 2005 la comunidad armenia de Buenos Aires celebró la declaración de la independencia y la creación del Estado nacional con la presencia y participación de todos los sectores de opinión. Las palabras dichas entonces por el embajador Karmirshalyan y por los dirigentes institucionales, como así también la participación litúrgica y la presencia del arzobispo Mouradian, exhibieron un espíritu de unidad y concilio que debe profundizarse en lo sucesivo. Desafortunadamente esa clase de encuentros no se repitieron en los años siguientes.