A la prensa comunitaria

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

El alfabeto quiere que nombre a los medios de prensa principales en este orden: Armenia, Nor Sevan, Sardarabad. A ellos y a sus directores y editores están destinadas estas palabras. A sus lectores también. Las digo como lector y ocasional autor de algunos textos y como quien palpita dos anhelos y se nutre de dos culturas. Alma overa, en el lenguaje amable de tierra adentro.

Algunas cosas necesitan ser revisadas en nuestra comunidad para adaptarlas a una realidad que se nos viene encima. Los cambios son veloces y si no amistamos con ellos terminarán por devorarnos. En efecto, hoy nos encontramos con instituciones y productos institucionales que no satisfacen las expectativas de las generaciones nuevas.

No estoy hablando de cuestiones pannacionales. Estoy hablando de los armenios del Río de la Plata y de sus asuntos domésticos. Más precisamente, de su prensa gráfica.

La prensa comunitaria está demorada

Once varas es un talle incómodo para mi anatomía, por eso no voy a hablar de viejas cuitas ni de los chisporroteos que fosforean de tanto en tanto. Para mi propósito de hoy basta recordar que la prensa de nuestra comunidad vio la luz en idioma armenio y que con el advenimiento de las generaciones hispanohablantes fue cediendo espacio a textos castellanos que pronto se transformaron en suplementos permanentes. Y finalmente la lengua dominante fue el español y el armenio se volvió suplementario. Esta mudanza, comprensible desde luego, acompañó los cambios generacionales de nuestra comunidad en lo tocante al idioma.

Pero no fue así con los contenidos, con los temas que se abordaron y se abordan todavía. En este punto nuestra prensa está demorada. Las generaciones argentinoarmenias tienen intereses diferentes a los de sus padres, abuelos y trasabuelos. Cada vez más esas generaciones adquieren las costumbres locales, cada vez más sus afanes se arraigan en la tierra que pisan. Y, entonces, cada vez menos se sienten espejados en los periódicos armenios.

Los de la primera generación casi vimos desembarcar a nuestros padres y fuimos testigos de sus primeros esfuerzos. Luego vimos nacer y crecer a nuestros hijos y nietos, algunos de los cuales todavía conservan los rasgos culturales surcaucásicos y otros los extraviaron a manos del mestizaje y a golpes de realidad. Y nada puede observarse al respecto porque, a la larga, el trashumante siempre olvida su mochila en algún lugar del camino.

Somos Cáucaso y somos Pampa

Pero sí puede observarse que nuestros medios de prensa no han acompañado este proceso. Se ciñeron a las cosas de allá olvidando la condición crecientemente criolla y mestiza de sus lectores. Como la mujer de Lot, por mirar hacia atrás se convirtieron en estatuas de sal. Y los lectores, para no correr la misma suerte, se olvidaron de ellos.

Quiero señalar las faltas y las demasías. Si bien es cierto que hay quienes cada semana leen con fruición los periódicos comunitarios, también hay quienes los ignoran. Porque son monotemáticos, porque escriben sobre unos asuntos y omiten los que marcan el ritmo de vida de los lectores jóvenes. Bien por lo primero, porque los armenios de allá y los de acá y acullá somos una misma nación, tenemos demandas comunes y alentamos sueños parecidos. Pero así como los de allá tienen cosas que sólo a ellos les importan, los de acá tenemos intereses que nos son propios. Una nación y dos sociedades (debiera decir cien) que habitan realidades diferentes, que por estar acostumbradas al vértigo y al cambio no toleran el repiqueteo incesante de un solo badajo: esto es lo que somos. Mil manifestaciones de la cultura están ausentes en nuestros medios y los hechos locales y regionales apenas ganan espacio.

Desde luego la prensa nuestra no puede reemplazar a los grandes medios que se editan diariamente en el país, no puede competir con ellos; pero si ensancha su universo y cuenta con colaboradores talentosos puede merecer un lugar decoroso en la preferencia de los lectores. Aún más: puede romper de una buena vez los límites estrechos de la colonia para llegar a lectores no armenios. Basta que sepa trasvasar en una y otra dirección los valores y las culturas e ingrese en los canales de distribución que conducen a los quioscos.

Mirémonos en el espejo: somos los armenios de allá modificados por la tierra que pisamos, por la cultura que nos rodea y por el tiempo que nos traspasa, somos el resultado de la historia particular que nos ha tocado vivir, y nuestras acciones y afanes tienen el sabor y el color de la mixtura. Los que ahora estamos aquí fuimos concebidos en un cruce de caminos, somos Cáucaso y somos Pampa, pero nuestros periódicos no reflejan esta dualidad.

El tamaño del mundo

No conozco una comunidad nacional que, establecida en otra tierra, lea solamente las cosas que ocurren en la tierra de sus predecesores; no conozco gentes que después de dos o tres generaciones le den la espalda al medio que los rodea. Hoy, cuando los acontecimientos del mundo están a un clic de distancia y la información se guarda en la cartera de la dama o el bolsillo del caballero, cuando el mestizaje cultural arrecia con la fuerza de mil corceles, no podemos soslayar la realidad. Los hijos de aquellos inmigrantes tenemos el deber de abrir las puertas para que sea lo nuevo, para que la historia no nos olvide una vez más. Y nuestra prensa es una herramienta útil para iniciar ese camino.

El universo humano se ha agrandado porque el mundo se ha achicado. Las distancias se miden por el tiempo que se tarda en recorrerlas y las culturas se valoran por su capacidad de interactuar con otras culturas. En un mundo así, en un tiempo como el que nos toca vivir no podemos mirar en una sola dirección. No basta saber lo que ocurre allí, al otro lado del río Arax, también hay que saber qué cosas ocurren en nuestra vecindad y en el mundo, cómo muda la cultura, el arte, la economía, la política, las ciencias. Porque si confiamos a otro ese trabajo, ese otro arrasará nuestras casas y se llevará a nuestros lectores para cobijarlos en sus páginas.



Vuelvo sobre mis pasos: nuestra prensa no puede reemplazar a los grandes medios, intentarlo sería un dislate. La prensa grande tiene un sitio y la comunitaria otro. Pero ésta, con los temas que están a su alcance y con espíritu plural y calidad periodística, puede ganar el interés de los lectores remisos.

Deliberadamente he omitido las cuestiones financieras. Ellas son ajenas a mi incumbencia y también a mis conocimientos. Seguramente los actuales responsables de los periódicos podrán dar las respuestas adecuadas en este sentido, pero me atrevo a suponer que un mayor número de lectores dará por sí mismo un resultado alentador.

Esta exhortación no quiere desgraciar a quienes esforzadamente, semana tras semana, escriben, editan y distribuyen los periódicos y las revistas comunitarios. Tampoco a quienes emiten programas radiofónicos o los difunden por Internet. Quiere ser un aporte para la puesta en valor de esos medios, de manera de dar una respuesta efectiva a las demandas de la colonia armenia.

La historia en espejo

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

Transgredir las mandas sociales suele causar dolores de cabeza. Eludir las reglas de la Academia también. Y el ejercicio que hoy vengo a proponerte, amable lector, consiste, precisamente, en transgredir esas mandas y eludir esas reglas. Consiste en mirar las cosas como no son todavía, en revisar el futuro posible a la luz del pasado cierto. Sin hacer ejercicios adivinatorios y sin alentar ficciones, quiero que juntos miremos desde hoy el mañana de la diáspora armenia.

Este ejercicio, que no es nuevo, ha tenido innumerables propiciadores. Desde charlatanes ignotos y oráculos de fama mal ganada hasta pensadores ilustres y estadistas talentosos, muchos ofrecieron sus profecías y sus pronósticos para bien o para mal de las gentes. Y hoy mismo te cruzas una y otra vez con pronosticadores que por la tevé o por la radio te venden un futuro venturoso si votas a su partido o te amenazan con todas las desventuras si optas por el partido de su oponente.

Mi oficio es más modesto y menos pretencioso. También es menos interesado que el de esos pronosticadores. Por eso me atrevo a decirlo aquí y ahora, cuando se recuerda otra vez el genocidio armenio. Quiero ensayar una visión del mañana sin ninguna pretensión adivinatoria, quiero sospechar qué destino le espera a estas comunidades que, masacradas y hostigadas en la tierra que las vio nacer, a principios del siglo pasado llegaron a estas costas buscando pan, paz y seguridad.

El revés del espejo

Los historiadores y otros especialistas postulan que la historia describe la realidad, y esa postulación ha alcanzado un alto nivel de consenso. Pero los hay (filósofos sobre todo) que no lo creen así, dicen que no hay más realidad que esta de aquí y ahora. Y también están los que descreen de toda realidad (quizá el obispo Berkeley sea quien levantó más alto este estandarte).

Yo no voy a embarcarme en esas naves que surcan las aguas de la filosofía, de la política o del arte según soplan los vientos. Voy a situarme en el plano ideal que divide lo que hay a ambos lados del espejo. De un lado, el genocidio de 1915-1923, las deportaciones en masa y el destierro; del otro lado, la confrontación de las culturas, la búsqueda de horizontes nuevos, a veces el recurso inevitable del olvido con la consiguiente pérdida de identidad. Los dos lados del espejo conducen al mismo resultado. Por eso digo que hoy, cuando volvemos sobre el genocidio, no podemos dejar de espiar el futuro para ver si nos depara otra pérdida que, aunque amable, le birlará millones de almas a la nación armenia.

Es que el espejo, por ser tributario del tiempo, con la memoria del antes construye el después. El espejo pone allá lo que está acá, pone abajo lo que está arriba; y el tiempo recoge la diferencia. Así es como entretejen sus versos los poetas, pero también es así como construyeron su prosperidad los japoneses de hoy y como trabajan los estadistas de la China que puja por alcanzar la modernidad. Los judíos supieron entender la alegoría del espejo, los asirios no. ¿Cuál será el caso de los armenios? ¿Sabremos sacar partido de esta treta que nos juega el tiempo y que prefigura el espejo?

Buenas migas con la realidad

Después de decir estas cosas debo reconciliarme con la realidad. Y quizá también con mi lector. Porque las alegorías precisan un tiempo, una tradición y una estética para consagrarse y ser recogidas por las gentes; y mi alegoría es nueva, no tiene edad, no conoce tradición y la he dicho así, a boca de jarro. Mi alegoría necesita amistar con la realidad.

Voy a las cosas. El genocidio que ahora estamos memorando y que es el fundamento doloroso de nuestras demandas, cobró un millón y medio de vidas armenias en los años de la Primera Guerra Mundial. Y ese mismo genocidio siguió cobrando vidas armenias durante todo el siglo XX y seguirá cobrándolas en el XXI. Con y sin sangre, la pérdida que el genocidio le causó y le sigue causando a la nación armenia es difícil de cuantificar, porque las dos terceras partes de esa nación ya se han arraigado fuera del territorio nacional y palpitan otras culturas, diferentes las unas de las otras.

Alguna vez he hablado de esto y mi propósito al repetirlo ahora no es avivar la herida ni cuantificar la pérdida. Mi propósito es poner delante del espejo la historia reciente de los armenios para que el espejo la devuelva invertida: allá lo que está acá y arriba lo que está abajo. Como hicieron los japoneses y los judíos, como lo están haciendo ahora los chinos, como no lo hicieron nunca los asirios y son un pueblo que quizá nunca se redima ni recupere su entidad política. Alguna vez dije que nuestro espejo, el de las generaciones armenias nacidas en la diáspora, atrasa, y no creo haberme equivocado. Nuestro espejo está fuera de tiempo y el legado que nos dieron los viejos tumba y retumba en nuestra conciencia como un pasado perpetuo. Debemos despertar de esa fatiga dolorosa para que las heridas no cieguen nuestro entendimiento, porque la reparación del daño ingente precisa mentes lúcidas que enderecen la demanda en la dirección correcta.

Las generaciones nuevas necesitan un resuello para recuperarse del legado de dolor que recibieron de aquellos inmigrantes desventurados. Si en un mundo hedonista como el que nos ha tocado en suerte no comprendemos esto, los nuevos nos abandonarán y elegirán las mil gratificaciones con que los tienta Occidente. Ofrezcámosles un espejo que no atrase, porque así lo quiere la historia para no desafiar al tiempo.

Creo que así, y sólo así, haremos buenas migas con la realidad y reconstruiremos una nación que, como lo decía Rupén Vartanian, Ren, ya ha dado muchos millones de sus hijos en holocausto a la humanidad.

La vejez del dios


He nombrado a Ren, lúcido constructor de utopías (la construcción de utopías requiere lucidez, de otro modo sólo podrán construirse quimeras) y pluma exquisita que leí en mi primera mocedad. Se trataba de un fabulario que ya no conservo, el título de uno de cuyos cuentos traduzco como El dios envejecido y el demonio.

Decrépito estaba el dios con la eternidad a cuestas, enfermo y adolorido porque sus súbditos, los hombres, ya no le obedecían. Y para hallar arreglo a tan aflictivo asunto consultó a los príncipes del cielo. Y finalmente encontró la manera de solucionar el gran tiberio humano: ordenó que se dispersara al pueblo del Ararat por todo el orbe para que su sangre, mezclándose con la sangre de aquellos desquiciados, renovara a la especie y así renaciera la humanidad.

Desde luego, el artista tiene licencia para transgredir el sentido común, y en este caso la transgresión roza la apostasía. Pero aún así debe aceptarse la metáfora porque denuncia el destino injusto que le tocó vivir al pueblo del Ararat. Y además porque, en mi opinión, sin quererlo aquel autor utilizó la alegoría del espejo para sublevar a su lector y así sortear el conjuro que había llevado a los armenios por los caminos de la muerte y la dispersión. ¡Destino dictado por un dios viejo y quebrado! ¿Quién no se subleva frente a tamaña iniquidad?

Y la sublevación quiere el cambio, pone allá lo que está acá y pone arriba lo que está abajo. La sublevación recoge el pasado en el crisol del presente, lo forja conforme a la necesidad y al deseo del sublevado y lo arroja hacia delante. Es el espejo de la alegoría que, amistando con el tiempo y, entonces, con la realidad, reconstruye la esperanza.

Creo que ya es tiempo de mirar hacia adelante, de dejar a los historiadores la descripción del pasado y reivindicar para nosotros, los de la diáspora, el otro trabajo, el de reconstruir la esperanza.

La conmemoración del 24 de Abril es una herramienta para sostener nuestra demanda de reconocimiento y resarcimiento, pero la edificación de un futuro promisorio para las comunidades armenias de la diáspora no debe hacerse sobre los muertos insepultos. El espejo tiene frente y envés, y no puedes, a un tiempo, mirarlo por uno y otro lado.

Texto difundido el 8 de abril de 2009 por la audición La Hora Armenia, que se emite por AM 750 Radio Del Pueblo.