Geometría del miedo

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

Cuando los hombres no han sido manipulados, cuando la coerción no ha actuado sobre ellos todavía, se expresan con libertad: son niños que en su primera edad balbucean y juegan. Luego el condicionamiento va erosionando su libertad y esos hombres construyen unos muros adentro de los cuales se cobijan, algunos hasta el final de sus días, otros hasta el despertar de su inteligencia. Los que viven adentro para siempre son los domesticados, los que se atreven a derribar los muros y salir al mundo son los que propician cambios. Estos últimos son los reformadores o los revolucionarios de la historia, según sea el sentido de su acción.

Y bien. A los armenios de uno y otro lado del río Arax la realidad nos ha puesto en el trance de elegir dónde queremos que discurra la vida, si adentro de esos muros que afanosamente hemos construido, o afuera, adonde ocurre la historia. La soledad y el encierro de la República de Armenia, ahora independiente y sin la protección del otrora poderoso patrocinante, nos ha puesto en el brete de elegir. Y el gobierno del presidente Sargsian parece haber elegido el camino más difícil, pero también el que puede sortear el encierro: ha elegido derribar los muros y salir al mundo por el único camino posible, el que empieza en sus fronteras. Estoy hablando de fronteras territoriales, económicas, culturales; y también estoy hablando de fronteras mentales.

Esta dicotomía remite a una geometría que algunos llaman euclidiana pero que con más propiedad debe llamarse plana, que es la que estudia las figuras en dos dimensiones y que prefigura a la pequeña república caucásica aislada de los países que la rodean, separada del mar que está lejos pero que aún así puede abrirle una puerta al mundo, clausurados los mil caminos que surcan el espacio.

Y contra esta vocación de encierro están los que aspiran a un país que imagina su futuro en el espacio. Son, a mi entender, los que acompañan a la historia porque saben que los estados, aun teniendo asuntos pendientes entre sí, mantienen relaciones recíprocas para no perecer en el aislamiento. Porque el autismo, en política, equivale al suicidio. Invito a mi lector a pensar en esto detenidamente. Y le invito a revisar el presente de Suramérica, de Europa, de todas las Asias y de otros lugares para comprobar que los estados que los forman tienen cuestiones pendientes, algunas veces severas, y sin embargo mantienen relaciones multilaterales.

¿Significa esto que el Estado armenio debe declinar sus demandas de reconocimiento del genocidio, su defensa del Karabagh montañoso? ¿O abdicar de la defensa de los Derechos Humanos en cuanto han sido violados por el Estado turco durante la Primera Guerra Mundial? Quienes lo creen así incurren en un primitivismo conceptual que suele refugiarse detrás de sus invocaciones patrioteras. Por eso hablo de geometría del miedo. Porque a diferencia del niño que garabatea pero no construye figuras todavía, a diferencia del adulto audaz que sale a derribar la cuadrícula de su conciencia, el geómetra del miedo elige la seguridad que le proporcionan su memoria vieja y las certezas que la historia ya ha desmentido. Lo del niño es inocencia, lo del
adulto audaz es lucidez.

Sociedad cerrada, sociedad abierta

Hay dos disciplinas que los hombres podemos recorrer sin cursarlas en las academias. Una es la disciplina madre de todas las otras, la filosofía, y la otra es una de sus hijas díscolas, la política. Es más, creo que una y otra disciplina pueden recorrerse con ventaja si uno no está diplomado en ellas, si no ha sido domesticado todavía. Por eso inclino mi testa ante aquellos que, perplejos frente al mundo que los rodea, miran con ojos siempre nuevos la vida, la de los hombres y la de las naciones.

Y de los doctos sabedores de todos los saberes tomo algunos enseres que quizá me sirvan para derribar los castillos que su vanidad construye. Quiero decirte, amable lector caucásico devenido suramericano, que no vengo a alimentar tu conciencia cautiva ni a conquistar feudos para sentar mis nalgas, vengo a pedirte que no te envanezcas como Narciso, no te paralices como la mujer de Lot, no vendas tu alma ni la de tu pueblo mártir a la desesperanza. Y vengo a decirte que si persistes en mirarte el ombligo no verás el espectáculo que te ofrece el mundo, y el tren de la historia, que es el tren de la vida de los pueblos, pasará sin detenerse en tu parada.

Ahora, cuando los armenios de acá y los de allá estamos conmovidos ante el espejo de la política, vale la pena sacudirse el polvo de los hombros, erguirse, mirar lejos como deben mirar los pueblos y acometer los desafíos del presente. ¿Quién no querría que hoy mismo el gobierno de Turquía reconozca su crimen de lesa humanidad? ¿Qué armenio no siente que ese es un derecho que le asiste y al que no va a renunciar bajo ninguna circunstancia? Pero si la tozudez turca está pronta a cumplir cien años, ¿qué nos hace creer que es ahora cuando va a ceder a esa demanda de los armenios? Y mientras el reconocimiento llega, ¿cuánto más puede esperar nuestra pequeña república aislada, acechada y clausuradas sus fronteras? ¿Acaso no fuimos engañados por Clinton, por Bush y ahora por Obama, en definitiva, por los intereses que rigen los destinos del país más poderoso de la Tierra? En tales condiciones y frente una hoja de ruta cuyo contenido aún desconocemos, ¿es honrado sacar pecho desde aquí, desde el Río de la Plata?

Hace falta ser realistas y tener olfato político para reaccionar con prudencia frente a hechos tan trascendentes como los que estamos viendo. Finalmente la política, esa hija díscola de la filosofía,
tiene sus exigencias cuando nos invita a compartir su mesa.

Exhortación

Entiendo que es prematuro juzgar la hoja de ruta que suscribieron los cancilleres de Armenia y Turquía, sin conocer su contenido. Conviene ser cauto, contar con mayor información y esperar los acontecimientos para decir si ese preacuerdo favorece o perjudica a Armenia.
.
Entiendo que las declamaciones airadas que leemos y escuchamos a diario arriesgan fragmentar a la nación armenia. Creo que el discurso inflamado que niega lo que no conoce todavía mete cuñas entre Armenia y la diáspora y entre los sectores de ésta que dificultosamente están buscando caminos de concilio.
.
Entiendo que los geómetras del miedo deben abandonar la cuadrícula de sus aprehensiones para recorrer los caminos que llevan al mundo. Y la hoja de ruta es un medio plausible que mañana recorrerán los gobiernos de los dos estados si conviene a sus respectivos intereses y si las concesiones mutuas que se hagan son aceptadas por sus parlamentos y por sus sectores internos. .


Entiendo que debemos ensayar mecanismos nuevos y aprender que ningún país gendarme vendrá a arreglar nuestros entuertos. Ya es vieja esa esperanza, son muchas las frustraciones a que nos ha conducido y es tiempo de caminar sin la tutela de quienes nos han defraudado una y otra vez. Por otra parte, si de genocidio estamos hablando, es menos importante el reconocimiento de quienes no lo cometieron que el del Estado perpetrador. Y ese es un paso que Turquía tendrá que dar alguna vez.

Por eso, exhorto a mis armenios rioplatenses a recorrer la historia de las naciones, a mirar la realidad con detenimiento y a esperar los tiempos de la diplomacia para saber qué dice la meneada hoja de ruta. Y cuando lo sepamos, y cuando veamos cómo recorren esa ruta los gobiernos involucrados, entonces sí, afinaremos nuestro entendimiento y con sentido político valoraremos los hechos y juzgaremos a sus protagonistas.

Entretanto yo me llamaré a silencio. Ya dije mi parecer* y creo que mi deber de ahora es no alimentar la controversia.

* En el archivo de este portal el lector podrá encontrar los artículos que titulé “Las naciones no pueden transitar la historia en estado de beligerancia permanente” (noviembre 2008) y “Sobre la hoja de ruta del 22 de abril” (mayo 2009).