Nuestras Instituciones comunitarias no son espacios de poder

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

En un artículo que titulé “Sobre los partidos políticos armenios, los de antes y los que nacieron a partir de 1991”, que el lector encontrará en el archivo de este sitio, dije que los partidos que nacieron a fines del siglo XIX “tienen importantes funciones que cumplir. Y para hacerlo deben coordinar su trabajo y sus relaciones para atender sin distracciones las necesidades comunitarias: hablo de interactuar en el terreno cultural, de adecuar las instituciones para que puedan integrarse desde la diversidad, de prestar asistencia sociosolidaria y de conjurar definitivamente el déficit que producen nuestros establecimientos educativos”.

Hoy vuelvo sobre esas ideas para examinarlas a la luz de algunas excrecencias del pasado que esterilizan buena parte de los esfuerzos que realizan nuestras comunidades. Y otra vez echo mano al recurso de entonces: la ausencia de un poder que pueda suscitar el apetito de las personas o de las instituciones. Porque a menos que nos distraigamos con las migajas que caen de la mesa de los grandes comensales, pronto veremos que los espacios que habilitan nuestras instituciones carecen de esa sustancia tan apetecida que es el poder. Chiquitaje que no merece ningún esfuerzo, ninguna contienda.

Los armenios extraterritoriales sólo podemos ocupar espacios de poder en las sociedades locales, en los países que habitamos y de cuya ciudadanía gozamos, así como los ciudadanos de Armenia pueden aspirar a ocupar espacios de poder en aquella República. Las instituciones comunitarias de los armenios (iglesias, partidos políticos, asociaciones benéficas, culturales y otras más) no son espacios de poder. Esas instituciones se rigen por las leyes del país de su asiento. El poder político, la facultad de establecer reglas de conducta y de sancionar su incumplimiento, ese atributo que suele gratificar a tantos hombres porque les hace sentir potentes, está alojado fuera de las organizaciones comunitarias.

No obstante ser así, buscamos afanosamente ese poder ausente, creamos áreas de influencia, avanzamos sobre las otras instituciones y trazamos unas fronteras ideológicas que remedan las fronteras geográficas de los estados. Afincados en estas tierras de América, confrontamos ideologías como si de esa confrontación dependiera el destino de Armenia. No sabemos de modestias, hemos excedido los límites, escapamos hacia atrás y nos refugiamos en los escombros del pasado.

Los armenios extraterritoriales carecemos de aptitud para la política. Véase si no el flaco desempeño que en ese terreno hemos tenido en los países que nos acogieron a lo largo del siglo pasado. Y, sin embargo, creemos tener convicción y formación políticas. ¿A qué atribuir esta presuntuosidad, este afán por la contienda, esta permanente resurrección de lo que la historia ya ha echado al saco del olvido?

Nocentes e inocentes

No vengo a atribuir culpas, no soy el amonestador de ningún sector de opinión. Me miro y te miro en el espejo y en la memoria, en el hoy y en el ayer. Y al mirarme y mirarte veo con alguna desazón que las imágenes no han cambiado, que el tiempo y los vertiginosos hechos del siglo XX sólo mudaron nuestros rostros, no nuestras conciencias. Hoy como ayer seguimos dirimiendo las mismas cuitas, batiendo cada quien el parche de su tambor, disputando por lo que ya arrastraron los vientos, lo que está sepultado bajo el polvo de la realidad.

Nuestros viejos contaban que el maestro Nasreddín compró una gran bolsa de arroz, la cargó dificultosamente en su hombro y luego montó sobre su burro para llevarla a su casa. Asimismo nosotros malgastamos nuestras fuerzas en afanes estériles, cuando actuando con arreglo a la razón podríamos saldar las carencias que nos abruman desde hace largas décadas.

En mi anterior artículo dije que “es importante la diáspora porque con su número triplica la cantidad de armenios en el mundo, porque con el alto grado de penetración que ha alcanzado puede pesar en los foros mundiales”. Pero para hacer esto debe ocupar espacios de poder en las estructuras políticas de cada país, no en las instituciones comunitarias que, como dije, carecen de ese atributo. Los partidos que actúan en extramuros, todos ellos más que centenarios, deben satisfacer las necesidades de sus respectivas comunidades. Y una sola acción política pueden desarrollar: procurar el reconocimiento internacional del genocidio. Porque esa acción, en cuanto encuentra su razón de ser en nuestra condición humana, puede ser ejercida por todos los hombres en todos los lugares de la tierra. Pero con la advertencia de que por su propia naturaleza no admite controversias ideológicas.

Los hay que viven mirando hacia atrás sin ver que el presente tiene sus urgencias. También los hay que son por oposición, son porque el otro existe. Unos, nostálgicos irredentos, otros, maniqueos blanquinegristas. Nocentes o inocentes, no quiero juzgarlos. Sólo decir que aquellos dañan.

Elogio de la inocencia

Te invito, lector, a visitar el diccionario académico (RAE). La voz inocencia nos llega del latín innocentĭa, que quiere decir ausencia de daño, (nocens = daño). En su primera acepción significa estado del alma limpia de culpa; la segunda acepción nos habla de exención de culpa en una mala acción; y la tercera remite al candor, a la sencillez.

Ciertamente, la suspicacia inficiona todas las relaciones sociales, particularmente en la política. Un permanente estado de alerta nos domina cuando nos relacionamos con nuestros semejantes, estamos listos para reaccionar ante cualquier avance que arriesgue nuestro patrimonio, nuestro territorio, nuestra área de ejercicio. Y, aún más, estamos al acecho para avanzar sobre los bienes vacantes o sobre los derechos y las prerrogativas del otro. Así como las fieras tensan sus músculos para asaltar a su presa, así también los hombres aprontamos nuestros mecanismos psicológicos y nuestros recursos ideológicos para vencer a quienes se cruzan en el camino. Hemos perdido la inocencia y el candor y la sencillez han pasado a la categoría de los desvalores.

Sostengo con fervor que los armenios de la diáspora debemos abolir la suspicacia en nuestras relaciones institucionales. Y es en este sentido que vengo a elogiar la inocencia. El elogio de la inocencia conoce dos estrados. Uno, el filosófico, se levanta ante todos los hombres cuando vienen a la vida (el judaísmo derogó esta creencia y luego el cristianismo y el islam siguieron su enseñanza). El otro es el personal, el que juzga si las conductas se ajustan a las reglas establecidas. Yo hago el elogio de la inocencia en este último sentido para decir que algunas conductas, lejos de ser candorosas y tener el atributo de la sencillez, le causan daño a la comunidad.

Que la paz sea con nosotros…

¿Qué asuntos nos quedan pendientes a los armenios, a excepción del genocidio y sus consecuencias, que no hayan sido saldados por el tiempo, por los cambios habidos en la geografía política y en el mapa ideológico que trazó la última década del siglo pasado?

La República de Armenia comparte sus fronteras con cuatro países: Turquía, Azerbaiján, Irán y Georgia. Dos de ellas padecen el bloqueo económico y hasta el acecho militar, otra presenta las dificultades propias de terceros países que todavía no han saldado viejas cuentas, y la frontera menos extensa es la que Armenia comparte con Irán, país francamente amistoso que, sin embargo, se ve constantemente amenazado por el gendarme del mundo. Súmese a esto el recalentamiento de la frontera turco-iraquí y se tendrá un cuadro de situación de las dificultades que deben sortear las dos repúblicas, Armenia y Karabagh. La crisis energética y la necesidad de desactivar en algún momento la central de Medzamor suman dificultades que Armenia y los armenios de allí deben afrontar y resolver con no poco riesgo y esfuerzo. Y nosotros, ausentes de esas tierras desde hace casi un siglo, dirimiendo entuertos bizantinos.

En este escenario no debiera alentarse el desencuentro. A menos que los montescos y los capuletos estén redivivos o, aún peor, que los ángeles y los demonios libren sus batallas en las calles de Palermo Viejo.