Identidad, alteridad y mestizaje

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

En su libro Espacio y alteridad, el antropólogo francés Marc Augé escribe así: “Puesto que el otro ya no es asignable a su lugar, puesto que tanto en Nueva York como en Chicago los blancos constituyen minoría, puesto que a las ocho de la tarde todo el mundo ve más o menos el mismo informativo de televisión y allá por el mes de julio se lanza a las mismas autopistas, algo se ha puesto en marcha [...] y ya nunca se detendrá a pesar del ruido y de la furia: el mestizaje del mundo y la individualización de las conciencias”.

La cita viene a cuento porque en el último cuarto de siglo Occidente mira con creciente recelo a los inmigrantes. Cada vez más Europa y Norteamérica se sienten amenazados por los asiáticos, africanos y latinoamericanos que habitan en sus países. Estos extranjeros y sus descendientes son vistos como una amenaza, por eso resucita el fantasma de la xenofobia y se sancionan leyes que contradicen el espíritu liberal de la Ilustración. La mundialización de las relaciones que aquellos países impulsaron hasta ayer mismo se plantea en otros términos a partir del 11 de septiembre de 2001, cuando Nueva York y Washington estallaron por el impacto de aquellos avionazos.

A su vez, la flaca cosecha norteamericana en Afganistán y el jaleo petromilitar en Irak, sumados a los atentados ocurridos en Madrid el 11 de marzo de 2004 y en Londres el 7 de julio del año siguiente, aceleraron un proceso que venía cumpliéndose con la morosidad propia de la historia: extender el dominio de Occidente sobre todo el planeta. Pero las plutocracias occidentales no advirtieron que sus armas eran ineficaces ante un enemigo que proponía un nuevo modelo de confrontación fundado en el planeamiento celular de sus operaciones, en la autoinmolación de sus hombres, en el aumento del precio de los hidrocarburos, en la intervención sigilosa en las campañas electorales y otras formas de acción que no pueden ser conjuradas por los servicios de inteligencia ni resistidas con los recursos militares.

El precio del crudo en manos de los especuladores, la vocación atómica de algunos países enfrentados con los Estados Unidos y sus aliados y el ingreso de la tecnología nuclear en el circuito comercial clandestino, como en su momento lo denunció Kofi Annan, lejos de inducir a las potencias occidentales a buscar soluciones negociadas, exacerban su prepotencia imperial y las exponen a sufrir reveses electorales en sus propios países, como ocurrió en España, en Gran Bretaña, en Italia, y como podrá ocurrir en otros lugares, incluso en Washington, ombligo del mundo. Y ese espíritu camorrero que se exhibe como única respuesta al terrorismo internacional y a la vocación independentista del Oriente petrolero, se refleja en la creciente hostilidad con que Occidente mira a las comunidades radicadas en sus países.

Pero dejemos ya la petropolítica y los conflictos internacionales, que quise recordar para darle un marco a estas reflexiones. Vayamos a los temas de identidad y alteridad y al inevitable mestizaje que hoy quieren resistir los países centrales. Hablo de los latinos y asiáticos en Estados Unidos, y de los que profesan la fe islámica en Europa. Hoy Occidente vive convulso en medio de una contradicción: por un lado promueve la sobremodernidad y su consecuencia inevitable, la globalización, y por el otro quiere encerrarse sobre sí mismo segregando a las otras culturas. Lleva sus capitales a lugares distantes para lucrar con el trabajo barato y explotar los recursos naturales ajenos, pero intenta disciplinarlos con unas patotas militares que no pueden salir airosas a pesar del dispendio de tecnología y dinero.

Y en este escenario se produce el inevitable mestizaje. Las fronteras son perforadas por el comercio, la ciencia y los medios de transporte, y los muros y las alambradas ya no pueden contener a los contingentes que buscan el bienestar y la seguridad más allá de sus países de origen. La fuerza militar, que tuvo su expresión más devastadora en las dos guerras mundiales, es ineficaz ante al fantasma de la autoinmolación. Y el Occidente que predicó la libertad durante más de dos siglos, ahora abandona esa prédica en aras de una seguridad que no encuentra.

Volvamos al autor francés. Augé dice: “No es la alteridad la que pone la identidad en crisis. La identidad está en crisis cuando un grupo o una nación rechaza el juego social del encuentro con el otro”, y agrega que “no hay identidad sin la presencia de los otros. No hay identidad sin alteridad”. Finalmente sentencia: “La identidad se construye en el nivel individual a través de las experiencias y las relaciones con el otro. Eso es también muy cierto en el nivel colectivo. Un grupo que se repliega sobre sí mismo y se cierra es un grupo moribundo".

Me reconozco coautor ocasional de esta nota, en honrosa compañía del autor citado y de otras plumas ilustres. Cuando en 1750 Pennsylvania recibía grandes contingentes de alemanes, Benjamín Franklin se indignaba: “¿Por qué hemos de soportar ese enjambre de boors palatinos en nuestros asentamientos, de suerte que, al apiñarnos con ellos, adquirimos su lengua y sus costumbres, con exclusión de las nuestras? ¿Por qué Pennsylvania, fundada por los ingleses, se ha de convertir en una colonia de extraños, cuyo número pronto será tan abultado como para germanizarnos, en lugar de que nosotros les demos un carácter inglés?” Al decir estas cosas no sabía el norteamericano que un siglo después sería amonestado por el intempestivo Nietzsche: “El que odia o desprecia la sangre extraña no es aún un individuo, sino una especie de protoplasma humano”.

Estas contribuciones (citas, debí decir modestamente) sitúan el problema de la identidad en un contexto fértil. Permiten observarlo con espíritu crítico y humanista a un tiempo.

Sin duda vivimos en un mundo paradojal, unificado y dividido a la vez. O en un mundo contradictorio, como dirían los socialistas radicales, donde la uniformidad y la diversidad son las manifestaciones visibles de un submundo que todavía no ha producido la necesaria síntesis. Pero comoquiera que sea, es evidente que un cruzamiento de culturas se está produciendo en todas las direcciones y en los más variados estratos de la sociedad. Un mestizaje imparable está avanzando, y los patrones del mundo se resisten a aceptarlo. Todavía no han comprendido que la defección de los comunistas de ayer no los habilita para patotear al mundo, no les da carta de inmunidad, no los hace invulnerables al reclamo de las sociedades postergadas. Porque, a mi parecer, la contradicción predicada desde mediados del siglo XIX no se resolverá por el dominio político y militar de las naciones ni por el corrimiento de las fronteras geográficas, sino por la conquista de los mercados. Y el arma que posibilita esa conquista no estará cargada con pólvora ni con uranio enriquecido, sino con la interculturalidad y con el mestizaje que de ello resulta.

En un mundo que cabe en la palma de la mano todos somos mestizos, todos somos hijos del cruzamiento, somos el otro. Por eso, debemos evitar los desórdenes que genera la locura identitaria, conciliar el yo y el tú, comprender que estamos esculpidos con la arcilla de todos los suelos y con las culturas de todos los lugares del mundo. En este sentido, podemos decir con Montaigne que “de nuestras enfermedades la más salvaje es despreciar nuestro ser”.

Sabe el lector mi afición por los diccionarios, esos libracos que no sé si siempre dicen la verdad, pero que en ningún caso mienten de propósito. Que sea, entonces, el diccionario de la Real Academia Española el que hable ahora:

Alteridad. (Del lat. alterĭtas, -ātis). 1. f. Condición de ser otro.

Identidad. (Del b. lat. identĭtas, -ātis). 1. f. Cualidad de idéntico. 2. f. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. 3. f. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás. 4. f. Hecho de ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca.

Mestizaje. 1. m. Cruzamiento de razas diferentes. 2. m. Conjunto de individuos que resultan de este cruzamiento. 3. m. Mezcla de culturas distintas, que da origen a una nueva.Quizá con tan eminente auxilio logre suscitar el interés por estas cosas.

Quizá con tan eminente auxilio logre suscitar el interés por estas cosas.

Publicado el 01.06.06 en la edición 13134 de diario Armenia.