Sobre los partidos políticos armenios,los de antes y los que nacieron a partir de 1991

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

Los hombres tienen biografía, los pueblos, historia. Unos y otros nacen y mueren, son prisioneros del tiempo. Y ambos ocultan sus pudores: los hombres debajo de sus ropas, los pueblos debajo de sus culturas.

Con estas premisas se puede construir un sistema de justificaciones que sea amable con los hombres, que no sea severo con los pueblos, con las naciones y aún con los grupos de interés que se encaraman en la cresta del poder. Pero también se puede amonestar a quienes, enemistados con la realidad, quieren perdurar sin comprender que la historia, demoledora de vejestorios y constructora de nuevas realidades, les ha asignado otro lugar.

En estas columnas depongo mi pertenencia partidaria para ocuparme de los partidos políticos armenios, de los de antes y de los que nacieron después de 1991. Me pregunto cuál es el cometido de unos y de otros en una república que acaba de restaurar su independencia política, qué es lo que los diferencia a unos de otros. El Partido Demócrata Liberal (Ramgavar, que se reivindica como sucesor del viejo Armenagan, 1885), el Partido Social Demócrata (Henchaguian, 1887) y la Federación Revolucionaria Armenia (Tashnagtsutiun, 1890), vinieron a la historia en circunstancias bien diferentes a las de ahora. Tras la sovietización emigraron en las cuatro direcciones y durante siete décadas tributaron su esfuerzo y sus ideales para la construcción de las comunidades extraterritoriales. A diferencia de ellos, el comunismo armenio, que también viene de aquel tiempo, se instaló en la República Soviética como partido único y su desempeño estuvo signado por esa circunstancia. Por eso estas anotaciones lo excluyen, porque otra es la vocación de ese partido, universalista por definición.

Los partidos jóvenes, por su parte, tienen la temperatura social de esta época, alientan una fuerte vocación de poder, son hijos del presente armenio y por eso cabalgan sobre realidades que ellos mismos ayudaron a construir. Y si bien no tienen historia todavía, sus proyectos sí la tienen.
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El poder como vocación
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No puedo entender la actividad político-partidaria sino como la vocación de acceder al poder para actuar sobre la realidad. Actuar para conservar esa realidad o para cambiarla, actuar desde una particular visión del mundo y de la vida o desde un interés sectorial, pero siempre desde adentro de la sociedad, como parte de ella. En este sentido, me pregunto si los partidos nacidos para responder a otras condiciones históricas aún conservan el tono muscular para actuar dentro del territorio de Armenia. Me pregunto si más de setenta años de extrañamiento y de lejanía forzosa del poder no transformaron a esos partidos en otra clase de organizaciones políticas, aptas para desenvolverse en extramuros y con capacidad para impulsar desde afuera algunas demandas de los armenios, de manera de alentar el reconocimiento internacional de sus derechos. Porque en esto han demostrado ser eficaces.

Los asuntos armenios se dirimen dentro de la República de Armenia, lo sabemos. Y también sabemos que las colonias organizadas pueden aportar lo suyo en lo tocante al reconocimiento del genocidio por parte de terceros estados y en la ayuda que Armenia y Karabagh necesitan para sortear algunas carencias. Establecer esta distinción es importante para no arrogarnos funciones que nos son ajenas y para no declinar responsabilidades que nos son propias. Los partidos que pujan en las luchas políticas de Armenia tienen unas funciones, los que actúan en las comunidades tienen otras funciones diferentes; los primeros legítimamente quieren gobernar, los otros deben encontrar nuevas formas de acción que les permitan reivindicar los derechos y los intereses de su pueblo desde estas lejanías.

Las dos terceras partes de los armenios viven fuera del territorio nacional, regidos por unas leyes y participando de unas condiciones que no son el producto de su cultura; y las instituciones que trajeron en sus alforjas o que crearon en cada lugar sirven para mediatizar lo propio con lo ajeno, para construir puentes que hagan amable el cruce de culturas. Por eso, los partidos que nacieron en los tiempos prerrepublicanos, antes que aspirar al ejercicio del poder en un Estado donde han estado ausentes durante siete décadas, deben aplicarse a administrar este segmento, el más numeroso de la armenidad. Así como antes junto a la Iglesia Apostólica construyeron un andamiaje institucional que todavía pervive en tantos lugares del mundo, ahora deben remozar esas instituciones adaptándolas a las necesidades de este tiempo, y deben aceitar sus mecanismos para que sirvan a sus miembros y a las necesidades de las dos repúblicas, Armenia y Karabagh.

Mi generación recuerda con nitidez las luchas domésticas que se batían lejos del terruño. Recuerda el fervor con que cada quien defendía sus postulaciones y su pertenencia ideológica; esos eran motores que movían la maquinaria social. Ciertamente se cometieron excesos en ese sentido, pero aquella pasión hoy sosegada no hacía sino mostrar la pujanza de unos partidos que aún no se habían adaptado a su nueva condición trashumante.

Los partidos centenarios nacieron para responder a las demandas de aquel tiempo. Los partidos nuevos vienen para responder a las necesidades de la transición política, social y económica en un Estado que tiene sólidas estructuras institucionales y que aspira a construir un sistema de alianzas estratégicas que lo torne viable en su región y en el mundo. Aquellos, protagonistas de un pasado que todavía proyecta su sombra desde la otra orilla del Arax; éstos, ciudadanos de un Estado bloqueado y con fronteras apenas menos calientes que las del Oriente Medio.

No puedo no pensar

Hablo de estas cosas cuidándome de no lastimar sentimientos ni controvertir opiniones políticas. Intento contribuir al clima de acercamiento que se advierte en los últimos tiempos. Recorro la realidad y digo qué cosas encuentro a cada paso, qué paisajes se ofrecen a mis ojos. Y al hacerlo no puedo no pensar, no puedo no decir mi parecer si en él te involucro, si mis opiniones pueden escocer tu piel. Por lo demás, creo que conviene decir estas cosas para que la comunión (del latín communio, participación en lo que es de todos) sea posible.

Los partidos políticos de fines del siglo XIX discurrieron por dos grandes períodos en la historia de los armenios. Uno, desde su nacimiento hasta la sovietización. La lucha armada, el genocidio, la creación del Estado y otras contingencias jalonaron aquel tiempo que, además, vio encenderse y apagarse la Primera Guerra Mundial. El otro gran período fue el de su emigración y exclusión del escenario político. En este período se produjo la transformación de aquellos partidos, que ya no tuvieron (no pudieron tener) vocación de poder. Vocación de poder, esa sustancia nutricia sin la cual languidece y muere cualquier partido político.

Pero los viejos partidos no se resignaron a morir y batieron sus lides en la extranjería. Progresivamente se transformaron en patronos de los exiliados y levantaron iglesias, edificaron escuelas, constituyeron entidades benéficas, deportivas y de otras clases. No depusieron sus ideales ni arriaron sus banderas, y perforando la ajenidad que los rodeaba exhibieron una motilidad y una capacidad de persuasión que ni los mismos estados, con todo su aparato diplomático y propagandístico, pueden alcanzar sino pagando los consabidos costos.

¿Qué haría Armenia sin sus colonias?

La pregunta es pertinente. Armenia es un país vulnerable. Al colapso de la Unión Soviética y su deriva por el Cáucaso, al conflicto todavía irresuelto de Karabagh y al bloqueo, se suma la presencia de grupos de sospechosa legalidad que usufructúan el crecimiento económico (quiera el lector tolerar el circunloquio) en perjuicio de los sectores menos favorecidos. Las dificultades para llegar a Rusia con sus productos y el contrabando creciente hacen de Armenia un país que necesita estabilizarse y sostener con algún vigor sus demandas. Por eso son importantes las comunidades establecidas aquí y acullá, porque con su número triplican la cantidad de armenios en el mundo, porque con el alto grado de penetración que han alcanzado pueden pesar en los foros mundiales, porque su capacidad económica puede allegar recursos a un país que los necesita.

¿Qué haría Armenia sin sus colonias? ¿Qué harían las colonias armenias sin sus partidos políticos? En unas colonias que exceden con mucho la población total de Armenia estos partidos tienen importantes funciones que cumplir. Y para hacerlo deben coordinar su trabajo y sus relaciones para atender sin distracciones las necesidades comunitarias: hablo de interactuar en el terreno cultural, de adecuar las instituciones para que puedan integrarse desde la diversidad, de prestar asistencia sociosolidaria y de conjurar definitivamente el déficit que producen nuestros establecimientos educativos. Y hablo de armonizar los trabajos que tiendan al reconocimiento internacional del genocidio sin caer en primerismos inconducentes.

Creo que si los partidos políticos de la diáspora se miran en el espejo de su propia historia no tardarán en comprender que aquí, en las comunidades, hay ingentes necesidades que quieren ser satisfechas. Y también creo que si no han sido en vano sus afanes y sus desvelos durante el siglo que quedó atrás, entonces sabrán que ellos también han cambiado al compás de los tiempos para responder a las nuevas necesidades de los armenios.




Versión francesa

Des partis politiques arméniens, ceux d’autrefois et ceux nés depuis 1991

Eduardo Dermardirossian

Aux hommes, la biographie ; aux peuples, l’histoire. Les uns et les autres naissent et meurent, prisonniers du temps. Et chacun de dissimuler ses pudeurs. Les hommes sous leurs vêtements, les peuples sous leurs cultures.

Avec de telles prémisses il est possible d’échafauder un système de justifications qui soit aimable envers les hommes, indulgent envers les peuples, les nations et même avec les groupes d’intérêts occupant la crête du pouvoir. Or, il est aussi possible de s’en prendre à ceux qui, ennemis de la réalité, cherchent à perdurer sans comprendre que l’histoire, démolisseuse de vieilles badernes et bâtisseuse de réalités nouvelles, leur a assigné une autre place.

Oublions ici notre appartenance partisane pour nous occuper des partis politiques arméniens, de ceux de jadis et de ceux nés depuis 1991. Je me demande quelle est la mission des uns et des autres au sein d’une république qui achève de rétablir son indépendance politique, ce qui les différencie les uns des autres. Le Parti Démocrate Libéral (Ramgavar, qui se revendique comme le successeur de l’ancien parti Armenagan, 1885), le Parti Social Démocrate (Hentchak, 1887) et la Fédération Révolutionnaire Arménienne (Dachnak, 1890) entrèrent dans l’histoire dans des circonstances bien différentes de celles que nous connaissons. Suite à la soviétisation, ils émigrèrent aux quatre coins du monde et, durant près de soixante ans, consacrèrent leurs efforts et leurs idéaux à la construction des communautés expatriées. Contrairement à eux, le communisme arménien, lui aussi issu de cette époque, s’installa dans la république soviétique en tant que parti unique et son activité fut conditionnée par ces circonstances. Voilà pourquoi ces quelques remarques l’excluent, la vocation de ce parti, universaliste par définition, étant tout autre.

Les partis récents, de leur côté, prennent la température sociale de cette époque, dotés d’une forte aspiration au pouvoir. Ils sont les fils du présent arménien et, de ce fait, caracolent sur des réalités qu’eux-mêmes contribuent à construire. Et même s’ils ne font pas encore l’histoire, leurs projets, eux, la font.

Le pouvoir comme vocation

Je ne puis comprendre l’activité politique et partisane, sinon comme une vocation d’accéder au pouvoir, afin d’agir sur la réalité. Agir pour conserver cette réalité ou pour la changer, agir à partir d’une vision particulière du monde et de la vie ou en fonction d’un intérêt sectoriel, mais toujours au sein de la société, comme faisant partie de celle-ci. A cet égard, je me demande si les partis nés pour répondre à d’autres situations historiques possèdent encore l’énergie suffisante pour agir à l’intérieur du territoire de l’Arménie. Je me demande si plus de soixante-dix ans d’exil et d’éloignement forcés du pouvoir n’ont pas fait de ces partis un autre type d’organisations politiques, capables de se tirer d’affaire à l’étranger et en mesure d’impulser du dehors certaines demandes des Arméniens, de manière à encourager la reconnaissance internationale de leurs droits. Car, en la matière, ils ont fait la preuve de leur efficacité.

Les affaires arméniennes se dirigent à l’intérieur de la république d’Arménie, comme chacun sait. Et chacun sait aussi que les communautés expatriées organisées peuvent apporter leur contribution dans tout ce qui touche à la reconnaissance du génocide de la part d’Etats tiers et à l’aide dont l’Arménie et le Karabagh ont besoin pour parer à certaines carences. Etablir cette distinction est important pour ne pas nous arroger des fonctions qui nous sont étrangères et pour ne pas décliner des responsabilités qui nous appartiennent. Les partis qui se mesurent sur la scène politique en Arménie ont leurs fonctions, ceux qui agissent au sein des communautés expatriées en ont d’autres, différentes. Les premiers cherchent légitimement à gouverner, les autres doivent trouver de nouvelles formes d’action leur permettant de revendiquer les droits et les intérêts de leur compatriotes, compte tenu de cet éloignement.

Les deux tiers des Arméniens vivent hors du territoire national, régis par des lois et intégrés à des situations qui ne sont pas le produit de leur culture ; et les institutions qui apportèrent ce qu’elles avaient ou qui sont apparues ici et là servent à médiatiser ce qui leur est propre avec ce qui leur est étranger, à lancer les ponts facilitant le choc des cultures. Voilà pourquoi les partis qui naquirent à une époque pré-républicaine, plutôt que d’aspirer à exercer le pouvoir dans un Etat dont ils ont été absents durant six décennies, doivent s’employer à administrer ce segment, le plus conséquent en nombre, de l’arménité. Ainsi, comme jadis, lorsqu’ils bâtirent avec l’Eglise Apostolique un échafaudage institutionnel qui perdure aujourd’hui en tant de lieux à travers le monde, ils doivent aujourd’hui rajeunir ces mêmes institutions en les adaptant aux nécessités de cette époque et en huiler les rouages, afin qu’elles profitent à leurs adhérents et aux nécessités des deux républiques, l’Arménie et le Karabagh.

Ma génération se souvient fort bien des luttes internes qui se donnaient libre cours, loin de notre pays natal. Elle se souvient de la ferveur avec laquelle chacun défendait ses positions et son appartenance idéologique ; des moteurs qui faisaient évoluer la machinerie sociale. Des excès furent sûrement commis à cet égard, mais ces passions aujourd’hui apaisées ne faisaient que montrer la vigueur de partis, qui ne se sont pas encore adaptés à leur nouvelle situation nomade.

Les partis centenaires naquirent pour répondre aux demandes de leur époque. Les partis nouveaux surgissent afin de répondre aux nécessités de la transition politique, sociale et économique dans le cadre d’un Etat doté de solides structures institutionnelles et qui aspire à bâtir un système d’alliances stratégiques qui le rendent viable dans sa région et dans le monde. Les uns, protagonistes d’un passé qui continue de projeter son ombre depuis l’autre rive de l’Arax ; les autres, citoyens d’un Etat subissant un blocus et aux frontières à peine moins sensibles que celles du Moyen-Orient.

Impossible de ne pas penser

J’évoque ces choses en prenant soin de ne pas blesser quelque sentiment, ni porter atteinte à quelque opinion politique que ce soit. J’entends contribuer au climat de rapprochement qui s’est manifesté ces derniers temps. Je parcours la réalité et je parle de ce que je rencontre à chaque pas, des horizons qui se présentent à mes yeux. Et ce faisant, impossible de ne pas penser, de ne pas exprimer mon sentiment, si, grâce à lui, je puis t’intégrer ou si mes opinions peuvent te blesser. Pour le reste, je crois qu’il faut dire ces choses pour que la communion (du latin communio, participation à ce qui appartient à tous) soit possible.

Les partis politiques de la fin du 19ème siècle connurent deux grandes périodes dans l’histoire des Arméniens. La première, de sa naissance jusqu’à la soviétisation. La lutte armée, le génocide, la création de l’Etat et autres contingences ont jalonné cette époque qui, en outre, vit s’embraser et s’éteindre la Première Guerre mondiale. L’autre grande période fut celle de leur émigration et de leur exclusion de la scène politique. Au cours de cette période, se produisit la transformation de ces partis, qui n’avaient plus (ne pouvaient plus avoir) vocation au pouvoir. Vocation au pouvoir, cette substance nourricière sans laquelle tout parti politique languit et meurt.

Or, les anciens partis ne se résignèrent pas à mourir et poursuivirent leurs combats à l’étranger. Se transformant progressivement en porte-drapeaux des exilés, bâtissant des églises, édifiant des écoles, organisant des associations de bienfaisance, sportives et autres. Sans renoncer à leurs idéaux, ni baisser pavillon, et rompant l’altérité qui les entourait, ils firent montre d’une mobilité et d’une capacité de convaincre que ces mêmes Etats, avec tout leur appareil diplomatique et de propagande, ne pouvaient atteindre sans payer le prix que l’on sait.

Que ferait l’Arménie sans ses colonies?

Question pertinente. L’Arménie est un pays vulnérable. A l’effondrement de l’Union Soviétique et à sa dérive dans le Caucase, au conflit encore en suspens du Karabagh et au blocus, s’ajoute la présence de groupes à la légalité douteuse, qui profitent de la croissance économique (que mon lecteur pardonne cette circonlocution) au préjudice de secteurs moins favorisés. Les difficultés pour atteindre la Russie avec ses productions et la contrebande grandissante font de l’Arménie un pays qui a besoin de se stabiliser et de soutenir avec vigueur ses demandes. D’où l’importance des communautés établies ici et là, car, du fait de leur nombre elles triplent la quantité d’Arménie à travers le monde, du fait du haut niveau de pénétration qu’elles ont atteint elles peuvent peser sur les forums mondiaux, et du fait de leur potentiel économique elles peuvent rassembler des ressources pour un pays qui en a besoin.

Que ferait l’Arménie sans ses colonies ? Que feraient les colonies arméniennes sans leurs partis politiques ? Dans les colonies qui excèdent de beaucoup la population totale de l’Arménie, ces partis remplissent des fonctions importantes. Et pour ce faire, ils doivent coordonner leur activité et leurs relations, afin de répondre sans délai aux nécessités de la communauté : autrement dit, interagir sur le terrain culturel, adapter les institutions pour qu’elles puissent s’intégrer à la diversité, apporter une aide socio-solidaire et conjurer définitivement le déficit que créent nos établissements d’enseignement. Autrement dit, harmoniser les actions concernant la reconnaissance internationale du génocide, sans tomber dans de vains errements.

Je crois que si les partis politiques de la diaspora se regardaient dans le miroir de leur propre histoire, ils ne tarderaient pas à comprendre qu’ici, dans les communautés, il existe des besoins énormes qui demandent à être satisfaits. Et je crois aussi que, s’ils n’ont pas déployé en vain leurs actions et leur dévouement durant le siècle qui nous a précédé, ils réaliseront dès lors qu’eux aussi ont changé la donne pour répondre aux nécessités nouvelles des Arméniens.

Traduction : © Georges Festa
Armenian Trends - Mes Arménies 10.11.2010