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Hace menos de un siglo los armenios no tenían Estado y hoy congregan a un tercio de sus almas en dos repúblicas y dispersan a los dos tercios restantes en múltiples países y ciudades, adonde las culturas, las lenguas y los intereses diferentes los interrogan sobre su identidad nacional.
En 1918 nació la República de Armenia. En 1991, tras un intento fallido de anexión, vino a la historia una nueva república, Karabagh. Entretanto, grandes contingentes de armenios migraron en todas direcciones fundando colonias, entretejiendo su cultura con otras culturas y conciliando valores diferentes.
¿Acaso los armenios van en camino de ser una nación multiidentitaria? ¿Es compatible esa condición plural con la idea unitaria de nación? ¿Habrá que rescatar el concepto de dispersión y dilución con que la historia amenazó a los armenios hasta entrado el siglo veinte?
Hoy quiero fatigar estas preguntas. Quizá el lector me ayude a encontrar las respuestas[i].
Una nación
Hay pueblos que se interrogan si son una sola nación o si son un mosaico étnico, lingüístico y cultural. Pueblos que profesan diferentes religiones, hablan lenguas varias, difieren en su aspecto unos hombres de otros y cuyas costumbres todavía no han conocido el proceso complejo y enriquecedor del mestizaje. Pueblos que tienen intereses diferentes y hasta contradictorios y por eso alimentan constantemente la caldera del conflicto doméstico, aún cuando comparten un mismo suelo y viven a la sombra de un mismo Estado.
Este no ha sido el caso de la nación armenia. La nación armenia conoció un origen, una lengua, una cultura, una religión. La historia de los armenios es una y sólo los tiempos modernos han abierto cauces por donde hoy corren los flujos culturales mestizos y los intereses diferentes. Quiero decir que las adversidades de la historia reciente, las migraciones y la deportación forzada, la convivencia con las sociedades islámicas y aún la conversión de algunos a esa religión, no vencieron la unidad de los armenios como nación.
Pero llegó el siglo XX. Y si bien ese siglo trajo consigo la seguridad de subsistir como nación y como Estado durante siete décadas, construyendo una estructura política y económica y un sistema de relaciones que hoy perduran, la nación armenia debió padecer la deportación y el genocidio y migrar en diferentes direcciones para guardar su vida y encontrar un horizonte cierto. Armenia fundó un Estado republicano y conoció su independencia, se asoció a una federación de naciones que le permitió discurrir con seguridad durante siete décadas, pero también conoció la muerte en masa, la dispersión y, últimamente, la duplicación de su organización nacional. Hablo de las dos repúblicas.
De modo que la amenaza a la unidad nacional de los armenios acecha desde fines del siglo XIX, se agudiza a partir de la Primera Guerra Mundial y se profundiza a partir de 1991. Todo ello acompañado de un formidable proceso de aculturización y mestizaje en las colonias.
Dos repúblicas

En la modernidad (hablo de los dos últimos siglos) raras veces los estados se han fusionado en una unidad política sin mediar la violencia de unos sobre otros. En cambio fueron muchos los estados que estallaron en dos, en tres, en más, para dar nacimiento a otros estados menores. No es el caso de Armenia y lo sabe el lector, pero el dato marca una tendencia propia de los países situados en regiones conflictivas.
Esta dualidad conspira contra la seguridad de los armenios y de sus repúblicas, porque puede ser usufructuada por intereses que, por ahora, están ocupados en asuntos de mayor porte. Esta dualidad alimenta intereses internos que quizá mañana no quieran ceder posiciones. Sé que no debo alentar suspicacias pero, en este sentido, no puedo dejar de recordar que los musulmanes de la India apoyaron con fervor las demandas de Gokhale, de Gandhi, de Nehru, del Partido del Congreso; pero tan pronto se avizoró la independencia del Reino Unido, se escindieron y formaron el Pakistan, hoy un rival nuclear de la India. Y no fueron las diferentes religiones las causantes de esa fractura.
Pero no se engañe el lector. Ambas repúblicas son armenias, ambas merecen los sufragios de los armenios y necesitan de su apoyo para sortear la hostilidad de sus vecinos. Sin duda. Pero hubiera sido deseable que un solo Estado cobijara a los armenios del Cáucaso, que a las muchas comunidades coloniales que se diferencian más cada vez, no se sume la fragmentación política allá, en la tierra madre.
Cien mestizajes
Esta generosidad legislativa y social es bienhechora, desde luego. Pero hay que decir que también contribuye a diferenciar a los armenios de aquí de los de allá. Cada vez más ese híbrido social va adquiriendo identidad propia y multiplica la personalidad de los inmigrantes y de sus descendientes.
Y si bien los armenios diaspóricos tienen algunos rasgos identitarios que les son propios, que los distinguen de las otras culturas y naciones, hay que admitir que paulatinamente van adquiriendo las costumbres de las sociedades receptoras. Cada vez más unas colonias se van diferenciando de otras y es razonable creer que los tiempos históricos, que suelen medirse en siglos, profundizarán esas diferencias.
Desde el punto de vista humanístico un proceso como el descrito -que por otra parte ocurre en todas las sociedades en cualquier lugar del mundo- es deseable. Y desde el punto de vista sociológico es saludable. Por eso creo que no hay razón para preocuparse si este proceso se cumple en los tiempos de la historia y al ritmo de las grandes pulsiones sociales. Pero con la nación armenia este proceso es forzado y se cumple apresurando la historia que, antes bien, semeja la crónica de una dispersión. Dispersión social por la multitud de comunidades que se han asentado definitivamente en tantos lugares del mundo, dispersión política porque una misma nación conoce dos repúblicas, dispersión cultural porque inevitablemente la fusión con otras culturas opera sin orden ni método, dispersión lingüística porque hoy son muchos los que no hablan su lengua madre, dispersión teleológica porque los anhelos de los armenios de un lugar son diferentes a los de otro lugar. Dispersión, diferenciación, dilución en un siglo solamente. Recientemente, sólo en una docena de años, la República de Armenia vio emigrar a casi un millón de sus habitantes, un cuarto de su población total.
Cien mestizajes, subtitulé este acápite y seguramente exageré el número. ¿Pero quién puede decir que exageré mis prevenciones? ¿Qué será de una sociedad que extravía y fragmenta así a sus miembros? ¿Qué será de un país que debe mentir la cantidad de sus habitantes, que no cuenta con recursos energéticos, que cada vez más es controlado por grupos económicos de sospechosa legalidad, que mantiene severas hipótesis de conflicto con el más poderoso de sus vecinos y un estado latente de beligerancia con el otro? ¿Qué hacer si el vecino que se interpone entre tu territorio y el de tu aliado interrumpe el tráfico mercantil y las comunicaciones? ¿Qué si alguna vez el gendarme del mundo concreta su amenaza de invadir el territorio de tu vecino más amigable? En las actuales condiciones del Cáucaso y del mundo, ¿cómo volver al regazo de la poderosa Rusia? Son asuntos geopolíticos que no quise tratar esta vez pero que pujaron por ganar algún espacio.
Regreso a mi preocupación de este día y concluyo. No he ofrecido soluciones, no sabría hacerlo. He mirado la realidad con mis ojos armenios, con mis ojos argentinos, con mis ojos humanos y la he puesto sobre este papel para que otros también la miren. Porque el mirar y ver es parte de la solución, es el principio del camino que nos toca recorrer. Siempre.
[i] Bien sé que mis preocupaciones no son originales, que el asunto de la identidad ha sido recurrente para los armenios, así como lo es el tema de la dilución. Hasta se ha acuñado una expresión para hablar de estas cosas: masacre blanca, remedo sociológico de la masacre roja de 1915. Pero quizá sea original esta manera de analizar el tema, porque otro es el escalpelo que hundo en la realidad.
[ii] Ver preámbulo de la Constitución Argentina, examinar la historia y la realidad social americanas.