Paradoja de Tute o de los armenios

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

Zenón de Elea inventó la paradoja de Aquiles y la tortuga sin llamarse Aquiles y sin tener parentesco con las tortugas. Schrödinger imaginó la paradoja del gato siendo él humano como el que más. Y no creo que un perisodáctilo solípedo sea el autor de la paradoja del caballo, ni que Epeménides, a quien se le atribuye la paradoja del mentiroso, lo sea. En fin, me pregunto si es necesario ser armenio para imaginar una paradoja de los armenios.

Ignoro qué quiso decir Tute cuando dibujó al personaje que preside estas divagaciones como parte del discurso de ese personaje, cuál es el sentido de su chanza. Yo elijo creer que quiso amonestar a quienes se nutren de su propio discurso y andan por ahí mirándose sus ilustres ombligos. Aquellos que, incapaces de confrontar sus pensamientos y sus anhelos con otros pensamientos y con la realidad, se enamoran de su discurso y se encierran en él para nunca ver la luz del día. Tales hombres son estorbos en las vidas de los otros y en la suya propia. Son los que alimentan su necedad con los mocos de sus propias narices, narcisos que se esfuman cuando se enturbia el espejo de su vanidad.

Todas las paradojas que conozco han sido puestas en palabras y se sostienen sobre argucias que tienen algún parentesco con la lógica. La paradoja de Tute o de los armenios es un dibujo que excluye la palabra y, a diferencia de las otras paradojas, aún no ha recibido el embate de los exégetas. Tute es el padre biológico de la paradoja, el que la ha parido; yo soy su padre putativo, el que le dio nombre y se la atribuyó a los armenios. Y si el lector quiere compartir la paternidad que diga si el dibujo representa a los armenios de estas costas, no por la longitud de su nariz, sino por su encierro.

Comunidad intrauterina

Ahora viene a mi memoria un cuento de Rupén Vartanian, “Ren”, cuyo título traducido al español es Dios envejecido y el Demonio. Después de imaginar unas curiosas contingencias transmundanas y para hallar arreglo al desorden habido entre los hombres, Dios ordena que el pueblo armenio sea dispersado por el mundo en todas las direcciones. Esa orden dice más o menos así: Dispersad al pueblo del Ararat a los cuatro vientos, entre todos los hombres, entre todas las clases, entre todas las naciones; que se mezcle con ellos para que una nueva humanidad sea posible, una humanidad renaciente, edificante. Que su antigua y noble sangre sea una con la sangre de los hombres extraviados de nuestros días, para que sea lo nuevo*.

Más allá de la exquisita pluma del autor, más allá también de su fecunda imaginación y de la metáfora que invita a sublevarse aún contra Dios, me parece que el texto nos muestra cómo somos los armenios, cómo nuestra historia nos ha ido construyendo y deconstruyendo para llegar, al fin, a ser una comunidad intrauterina.

Si era comprensible que las generaciones que migraron a estas tierras para escapar de la persecución y de la muerte, de la zozobra y del hambre, se refugiaran en sí mismas y amurallaran su vida con las piedras duras de su cultura, no lo es ahora, cuando las generaciones nacidas en estas costas se nutren de las costumbres amigables de América y se mixturan biológica y culturalmente formando una nueva argamasa social.

Siento molestar a mis armenios. Pero no puedo dejar de decir lo que veo, no puedo plantarme frente al dibujo del humorista sin caer en la cuenta de que nos espeja a los armenios que, en nuestra porfía de seguir siendo lo que fuimos ayer, desafiamos las leyes de la gravedad social. Y para hacerlo construimos una muralla de verdades absolutas y nos situamos ahí, en su justo centro. Somos armenios paradojales porque nos resistimos a comprender que más allá de nuestras fronteras culturales, políticas e ideológicas, hay un universo que no admite deserciones.

Dios es armenio

Es de mala práctica simplificar las cosas que son complejas por naturaleza, y también lo es enredar lo que es simple. El asunto de los armenios y su afán por resguardar su identidad es complejo. Pero aún así, nada me impide ilustrar el problema con unos versos traídos del folclore revolucionario. Una de esas canciones dice que “el aire y el agua de Armenia son tashnagtsagan”, y los comunistas del período soviético cantaban y escribían cosas parecidas, fastidiando la vocación uniformadora de las autoridades centrales. El fervor patriótico y la sólida pertenencia partidaria les hicieron decir estas cosas a aquellos hombres. Metáfora del amor patriótico o desmesura nacida al calor de las luchas, esas palabras representan mejor que ninguna otra el encierro de aquellos armenios y también el de algunos que comparten nuestros días. Puedo comprender a los de entonces y a los modernos coreutas que en los festivales entonan esos versos. Bien por hacerlo, la vida está hecha también con emociones. Pero es deseable que al mirarnos a nosotros mismos no dejemos de ver el mundo, al militar en un partido o profesar una fe no ignoremos que otros piensan, sienten y creen de diferente manera.

En tren de traer ejemplos voy a abrir una vez más mi anecdotario. El hecho ocurrió en el club Zartarian, del Bajo Flores, al culminar una reunión partidaria. Era una discusión apasionada y jocunda entre dos viejos armenios, uno oriundo de Hadjin y el otro de Marash, ciudades que rivalizaban en el folclore doméstico, como ocurre aquí mismo entre santiagueños y tucumanos. Cuando creíamos que la discusión había terminado y uno de los contendores abandonaba el lugar, sacó medio cuerpo por la ventanilla del automóvil y le espetó al otro: “Y recuerda, recuerda siempre que Dios es hadjentsí”.

Más allá de la chanza y de las explicaciones que dan los sociólogos a estas cosas, asimilables a las tradicionales rivalidades futboleras, la anécdota ilustra sobre las distintas formas del encierro. Pero con la advertencia de que cuando se produce en el claustro nacional o religioso puede nublar el entendimiento y alimentar enconos funestos. La historia es pródiga en ejemplos y los armenios harto sabemos de estas cosas.

Identidad y autismo

Creo que conviene elucidar el tema a la luz de la realidad, de lo que efectivamente nos ocurre a los armenios que vivimos en estas tierras. Creo que debemos deponer los ultraísmos para mirar al mundo y ver cómo se han acortado las distancias, cómo se mixturan las culturas y hasta se uniforman las lenguas, esos catálogos de símbolos sin los cuales perderíamos nuestra condición humana. Hoy la lengua universal está construida con palotes y números binarios, hoy estás siempre en escena, iluminado por luces que lo muestran todo; las riquezas acumuladas a lo largo de los siglos pueden moverse de aquí para allá, en toda la extensión del planeta. Y en un mundo así nadie puede aislarse, no puede uno resistirse a la integración, a la interacción y al mestizaje.

Hoy aislarse es morir, por eso es necesario crear mecanismos de integración que le permitan al hombre (¿debo decir que el armenio lo es?) lanzarse al universo multicolor de las culturas para nutrirse de ellas y aportar lo suyo. Es preciso entender que la vocación universalista no empece el trabajo identitario sino, antes bien, lo nutre y lo enriquece. ¿Cómo puedo ser yo si no encuentro otro en quien espejarme?


La paradoja de Tute no ironiza con la identidad sino con el empeño autista que a menudo se manifiesta en la vida de las comunidades. Grupos nacionales, religiosos o ideológicos que no alcanzan a ver que más allá de sí mismos sigue el mundo, que todas las verdades son sospechosas. Todas ellas. Y que mientras ellos se enamoran de sus ombligos la vida discurre, la historia arrasa a las sociedades de clausura y los artificios construidos para separar a unos hombres de otros van cayendo uno a uno.

Identidad y autismo no son sinónimos. Son conceptos diferentes, aún divergentes. La identidad es el conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás, en tanto que el autismo es el repliegue patológico de la personalidad sobre sí misma. Por eso puede sentirse feliz Tute, porque elegí mandar a su personaje paradojal al diccionario de mis amores (RAE), liberándolo de las tristezas del hospicio.

* Yo era adolescente cuando leí este cuento en idioma armenio, en un volumen cuyos datos de edición ya no recuerdo. Luego lo extravié, quizá a manos de algún amigo que quiso tenerlo para sí (la no devolución de un libro es un pecadillo de menor monta), quizá en alguna mudanza, no lo sé. Pero fue tal la impresión que me causó esta invención que alguna vez la cité desde la tribuna y luego me sirvió de inspiración para un libro. Por eso, quiera el lector perdonarme si mi traducción no es fiel al texto de Ren; a trueque de su generosidad le ofrezco la seguridad de que el espíritu lo es.