No quiero un radicalismo armenio, ni siquiera un humanismo armenio. Quiero una armenidad humanista

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

Conmemorar es “hacer memoria o conmemoración”; y conmemoración, en la primera acepción del diccionario de la lengua, vale por “memoria o recuerdo que se hace de alguien o algo, especialmente si se celebra con un acto o ceremonia”*. Es decir que cuando hablamos de conmemorar casi siempre estamos situando la acción en un marco celebratorio o ceremonial.

No pretendo examinar cuestiones filológicas ni reducir las ideas para que quepan en un corset lexicográfico. Al conmemorarse ahora el 90° aniversario del Genocidio Armenio, quiero reflexionar sobre los trabajos que conviene realizar para obtener algún resultado político. Y al hacerlo quiero establecer la distancia que media entre el afán conmemorativo y la elucidación de los hechos. Delinear el camino que deben recorrer nuestras instituciones para forzar el reconocimiento del Genocidio. De esto se trata.

Los actos ceremoniales deben hacerse para mantener vivo el recuerdo de los hechos trágicos de 1915-1923, sin duda. Pero también es preciso realizar trabajos de documentación, estudio y capacitación, análisis y contraste, difusión sistemática y relacionamiento, para servir a los fines reivindicativos. Es preciso arbitrar recursos humanos y flujos financieros permanentes.

Aquí examinaré algunos de esos asuntos.

Revisaré las cosas desde mi condición de argentinoarmenio. Y si puedo y el lector lo consiente también desde mi condición de ciudadano global. Porque este tiempo nos impone mirar el pasado y el presente y sospechar el porvenir desde una perspectiva totalizadora y con vocación universalista. Todo lo que hoy se hace nos incumbe a todos: el World Trade Center cayó sobre los norteamericanos y los misiles llovieron sobre afganos e iraquíes, pero también sobre el resto de las naciones, que se vieron afectadas por esos hechos. La tragedia de Beslan ocurrió en la remota Rusia, pero sus efectos alcanzaron a los cinco continentes. El Genocidio Armenio es un asunto irresuelto para los armenios, como lo es también para la humanidad en su conjunto.

Hoy ser es ser universal. Por eso el tema del Genocidio es una deuda de tamaño universal. Como Ruanda, como Palestina, como el saqueo petrolero y el despilfarro de vidas en el Asia Central, como la depredación ambiental, el HIV y el narcotráfico. Asuntos diferentes, sí, pero que tienen en común su dimensión planetaria. En este sentido, no quiero un radicalismo armenio, ni siquiera un humanismo armenio. Quiero una armenidad humanista y, por eso, integrada y solidaria con todos los pueblos que demandan justicia. Quiero ver armenios con vocación universalista, reverentes con todas las culturas y también con sus propios valores.

De manera que una primera consideración es la necesidad de mirar el Genocidio Armenio como una cuestión global, es decir, que concierne a la humanidad en su conjunto. Una cuestión que no puede ser examinada solamente desde la perspectiva de la nación que lo ha padecido, sino desde el interés que tiene la humanidad en su conjunto de establecer la verdad histórica, atribuir las responsabilidades consiguientes y exigir la reparación del daño infligido. También de crear mecanismos que en el futuro impidan la repetición de hechos de esa clase.

Es preciso establecer el marco de la demanda, categorizar el trabajo, asignarle un sitio en la agenda internacional. Es correcto situar el Genocidio Armenio entre las demandas por los Derechos Humanos para concitar el interés y la adhesión de todos los estados. No se trata de una maniobra oportunista. Se trata de asignarle al reclamo el lugar de privilegio que hoy le reconoce el Derecho Internacional y las modernas corrientes del pensamiento político. Pero con la advertencia de que las demandas de las otras naciones deberán ocupar un sitio equivalente en las sociedades armenias, porque todas habitan un mismo universo, es decir, una totalidad sin exclusiones y sin privilegios. Ver las cosas como propias y que las reivindicaciones de una nación o grupo humano sean las de todas las naciones y grupos. He aquí el compromiso.

Esta pretensión de universalizar las demandas derivadas del Genocidio tiene antigua data en la lucha del pueblo armenio. Los años del olvido soviético han quedado atrás y es auspicioso que el gobierno de la República de Armenia hoy levante estas banderas. Es de esperar que el trabajo político y la acción diplomática alcancen la suficiente profundidad para lograr las adhesiones de los gobiernos. Y también para despertar conciencias entre los intelectuales turcos. Porque la secular vocación europeista de Turquía no se corresponde con su tozuda actitud negacionista. En este sentido, es imperioso trabajar en el ámbito de la Unión Europea, más allá de cuándo y cómo se produzca el ingreso de Turquía. Porque si es arduo condicionar su ingreso al previo reconocimiento del Genocidio, no lo será tanto cuando el ingreso se haya producido.

Para alcanzar este objetivo sugiero impulsar un mecanismo de Diálogo Armenio en las comunidades diaspóricas, con participación de los sectores políticos e intelectuales. Es deseable que este Diálogo esté en línea con las políticas del gobierno de Armenia, pero podrá adquirir sesgos propios cuando así lo requieran las particularidades de cada país. Esta iniciativa no quiere sustituir a las instituciones ni sesgar sus objetivos o actividades. Tampoco desconoce el esfuerzo interinstitucional que cada año se hace bajo el auspicio de la Iglesia Apostólica Armenia. Esta iniciativa pretende que un esfuerzo conjunto y orgánico sirva al empeño reivindicativo que tiene fundamento en el Genocidio.

Mesas de trabajo que se consagren a Identidad e Integración, Interculturalidad y Lengua (v.g. un diccionario multilingûe es una necesidad inexplicablemente demorada) y otras cuestiones centrales, además de Genocidio y Derechos Humanos, también pueden ser objeto del Diálogo Armenio.

Deliberadamente no avanzaré en la idea, para que sean los propios actores quienes delineen el organigrama, las cuestiones metodológicas y la agenda. Pero deseo insistir en que el Diálogo propuesto no deberá (en rigor, nunca podrá) emular a las instituciones existentes. Se tratará, según lo concibo, de un trabajo en el que los intelectuales y las personas con vocación por estas cosas tributen su esfuerzo.

* RAE, 22° ed,, 2001.